Desde que salió de China, el coronavirus ha atravesado los muros del Vaticano, ha sacudido la ciudad santa iraní de Qom y contaminó una casa para ancianos de Seattle.
Y en distintas partes del mundo, no sólo trae consigo la enfermedad y la muerte, sino también la ansiedad y parálisis que pueden sofocar el crecimiento económico.
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Desde Florida, donde el director general de una compañía de juguetes que no puede obtener productos de las fábricas chinas se prepara para despedir gente, hasta Hong Kong, donde el suntuoso restaurante Jumbo Kingdom está cerrado, los negocios están en apuros. El virus ha obligado a una aerolínea británica a mantener sus aviones en tierra y ha hundido a una compañía de cruceros japonesa.
Y los daños acumulativos están aumentando.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico emitió esta semana su pronóstico para el crecimiento mundial de este año, reduciéndolo de 2,9% a 2,4%. Alertó que Japón y las 19 naciones europeas que comparten la divisa del euro están en peligro de una recesión. Italia ya podría estar en una.
La consultora Capital Economics prevé que la economía china se contraerá 2% en el trimestre de enero a marzo y crecerá apenas un 2% en el año. Eso podría ser una caída desastrosa y humillante para una economía que registró una candente tasa de crecimiento anual promedio de 9% desde el 2000 hasta el año pasado.
El panorama sombrío y la persistente incertidumbre sobre qué tan grave será el daño han afectado a los mercados financieros. El promedio industrial Dow Jones, que ha oscilado violentamente día a día, se ha hundido casi 12% en el último mes.
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“El virus va a seguir, y va a impactar a muchos países y economías”, dijo Sondra Mansfield, propietaria de Chalk of the Town en la ciudad de Nueva York, la cual fabrica camisetas y bolsas en las que los niños pueden escribir con tiza.
Con las interrupciones a las cadenas de suministros a nivel mundial debido a las cuarentenas y las restricciones a los viajes, Mansfield teme que no pueda seguir teniendo acceso a los productos que necesita: camisetas de India y Honduras, y rotuladores de Japón.
“Creo que empeorará antes de que mejore”, señaló.
Cuando la enfermedad COVID-19 surgió en China hace unas semanas, muchos economistas pronosticaban algo parecido a lo que sucedió cuando el síndrome respiratorio agudo grave (SARS, por sus siglas en inglés) impactó a China y Hong Kong en 2003: Una breve interrupción al crecimiento económico chino, ante el cual la economía global resultó ilesa.
Sin embargo, el nuevo coronavirus se ha propagado mucho más rápido y de manera mucho más amplia de lo que se había previsto. Entre noviembre de 2002 y principios de agosto de 2003, el SARS infectó a 7.400 personas en 32 países y provocó la muerte de 916. En comparación, el virus que causa la COVID-19 ha infectado a más de 100.000 personas y provocado la muerte de más de 3.400 en 90 países. Y las cifras siguen aumentando.
“Este ya no es un problema de China”, dijo Jacob Kirkegaard, investigador del Instituto Peterson para la Economía Internacional.
Los viajes de negocios en Estados Unidos han disminuido considerablemente por el brote. Varias compañías grandes, entre ellas Amazon y Google, están restringiendo los viajes no esenciales. El resultado es un duro golpe financiero a los sectores de viajes y turismo, desde aerolíneas, hoteles y restaurantes hasta compañías de cruceros y centros de convenciones.