La destrucción provocada por los temblores no se limita a los municipios de la costa sur de la isla. El escenario de incertidumbre y deterioro también es evidente entre las comunidades que componen los municipios vecinos en la montaña.
Tal es el caso de Adjuntas, uno de los pueblos más afectados. Hasta allí llegaron ayer inspectores de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) para evidenciar los daños y declararlo zona de desastre.
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Durante el recorrido, los expertos identificaron que unas 20 viviendas tienen daños estructurales, informó a Metro el director de Manejo de Emergencias del municipio, Sergio Pérez.
“No tenemos tantos daños en comparación con los demás municipios, pero aquí hay varias familias que han perdido sus casas y deberían recibir el mismo trato”, expresó.
José Fernandini es uno de los vecinos desplazados por el fuerte temblor de 6.4 grados el 7 de enero, el más potente registrado, que dejó inhabitable y con daños serios su vivienda ubicada en el sector Yahuecas.
“Pasé el temblor dentro de la casa. Fue una experiencia que no se la deseo a nadie. Mientras estaba intentando escapar no podía porque el jamaqueo fue tan fuerte que hasta la puerta se pilló”, recordó Fernandini, quien luego del suceso, optó por pasar las noches en su guagua.
Al igual que Fernandini alrededor de 600 adjunteños pernoctan en las afueras de sus hogares, mientras que 30 viven en un refugio del municipio.
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Otros, como Lillian Pérez y sus hermanas, apostaron a la autogestión y montaron su propio campamento en un terreno baldío cerca de la carretera PR-10.
“Llegamos aquí desde Ponce porque me siento más segura lejos de edificios. Además, no tenía a dónde ir porque a mi hermana le dijeron que su condominio no estaba bien”, dijo.
“Ha sido una semana difícil, pero… acá hasta hemos encontrado paz y tranquilidad porque (las réplicas) no se sienten tan fuertes”, manifestó.
José Rivera y Carmen Jiménez se han convertido en sus vecinos. Ambos residentes de Ponce se han adaptado a vivir fuera de su hogar y llevar a cabo sus quehaceres al aire libre.
“Comemos al carbón y hasta nos bañamos en el río. Todo al principio fue difícil, pero creo que es lo mejor para tener una paz mental porque sentir otro temblor fuerte no me viene bien”, comentó Jiménez.