La peruana Miriam Valencia armó este año 333 nacimientos de Navidad que expone en la primera planta de su casa en Lima en una costumbre que inició hace casi tres décadas.
“Para mí, la Navidad es una ilusión”, dice la contadora que demora casi un mes instalando los nacimientos que son una muestra de la enorme diversidad geográfica y étnica del país sudamericano.
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Hay un nacimiento en una isla del mítico lago inca Titicaca donde la virgen María y San José tienen trajes típicos de esta zona del Altiplano que comparten Perú y Bolivia. El niño Jesús, afectado por las bajas temperaturas de esta zona, tirita en su pesebre rodeado de llamas y alpacas.
La exposición, que Valencia empezó sin proponérselo hace 28 años, transita por el folklore peruano, pero también muestra pesebres navideños de países sudamericanos que incluyen Ecuador, Bolivia, Colombia y los pueblos de la Amazonía sudamericana.
“Empecé con dos nacimientos y con el paso de los años fueron apareciendo los demás”, dijo en una entrevista telefónica con The Associated Press.
Los belenes amazónicos tienen víboras con las fauces abiertas y los ojos fieros dispuestos a comerse a los papagayos, quienes agitan sus plumas multicolores mientras escapan aterrados.
Valencia aplasta un botón y la inmensa primera planta de su domicilio se convierte en una zona con una multiplicidad de gorjeos y tañidos de campanas que asombran a los espectadores.
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La contadora, una católica practicante de 50 años, siempre está pensando en sus pesebres el resto del año, porque adonde sea que viaje busca novedades. Lo hace en sus viajes al exterior e incluso en las ferias populares artesanales donde siempre encuentra nuevas expresiones artísticas.
Las adquisiciones más sorprendentes por su sencillez son unos nacimientos que caben en el interior de la pepa de un mango o incluso dentro de la cáscara de un huevo de codorniz.
Ella no cobra derecho de entrada para observar su exposición. Recuerda que llegan por lo general sus vecinos, pero también ancianos, una vez un hombre desahuciado de cáncer y niños de barrios humildes.
“Algunos ponen cara de asombro, otros se cogen el pecho y se emocionan hasta las lágrimas; eso me basta”, afirma.