Locales

Es ella o nosotros

Alexandra Lúgaro

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“Yo no voto”, “todos son iguales”, “no me gusta la política” y “voy a romper mi tarjeta electoral” son algunas de las frases que cada vez escuchamos con mayor frecuencia ante el crecimiento de una marcada apatía electoral, la cual no es exclusiva de los puertorriqueños, sino que se ha convertido en tendencia global.

El desinterés en los procesos electorales muy bien podría ser el producto de diversos factores que ni siquiera están relacionados con el proceso eleccionario. En nuestro caso, la apatía electoral podría en gran medida deberse al marcado deterioro social y económico que vive nuestra gente junto a la incapacidad que sienten de influir en la agenda política a través del voto, pues ya han comprobado, una y otra vez, que la alternancia entre la administración roja y la azul jamás ha supuesto un cambio sustancial en su calidad de vida. Si a eso le añadimos la corrupción, la impunidad, la falta de transparencia, el inmovilismo y los bajos niveles de rendición de cuentas al electorado, tenemos una fórmula destructiva que propicia la desconfianza en los partidos políticos y en los candidatos a puestos electivos, a la vez que se convierte en detonante de una crisis de representación política.

En las pasadas elecciones, del total de personas que podían votar, 78.8 % estaban inscritas. De esas inscritas, votó un 55 % y de ese 55 %, solo un 42 % escogió a Ricardo Rosselló. Es decir, que tenemos lo que tenemos porque un triste 23 % de quienes tuvieron en sus manos el poder de cambiar las cosas, escogió por todos. He ahí, el gran daño que nos hace la apatía, la peor enemiga de un pueblo secuestrado por una mafia de mediocres. Una poderosa rival que no se ve, que no se cansa, que no se rinde y que se alimenta de la misma corrupción e incompetencia que ayuda a perpetuar.

Si porque estamos molestos y decepcionados con lo que están, decidimos no votar, jamás lograremos sustituirlos y nada cambiará. Vayamos de frente, armados de esperanza contra la apatía, tal y como lo haríamos contra quien atentara contra nuestra vida o la de nuestra familia, porque al final del día, es lo mismo: es ella o nosotros.

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