Si algo nos mostró esta semana es que nuestro Gobierno no aprendió absolutamente nada del paso por nuestro archipiélago de los huracanes Irma y María.
Lamentablemente, el caso ha sido el mismo para múltiples problemas que, por décadas, han aquejado al país y que nuestra incapacidad de resolverlos ha comenzado a dar la apariencia de que estuviésemos condenados a la perpetuidad de estos. Como consecuencia directa de esto, nuestro pueblo, en cierta medida, comienza a aceptar como “normal” la rampante violencia de género, el pobre manejo de nuestros desperdicios sólidos, las recurrentes sequías, el creciente maltrato y abandono de animales, la contaminación y destrucción de nuestros recursos naturales y ambientales, y la desigualdad económica, entre muchas otras cosas.
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La normalización paulatina de dichos problemas es la que le ha permitido históricamente a las distintas administraciones gubernamentales librarse de su responsabilidad sobre estos con la frase que todos conocemos: “Eso siempre ha sido así”. La pregunta en esta coyuntura y luego de un verano en el que claramente demostramos que no estamos dispuestos a conformarnos con la incompetencia y la corrupción que “siempre ha sido así”, es: ¿por dónde empezamos a cambiar las cosas para ver, de una vez y por todas, resultados distintos?
La respuesta es una y es simple: por nuestra educación. En pleno 2019, nuestro rezagado currículo no integra perspectiva de género, educación para situaciones de emergencia y desastres, manejo apropiado del recurso agua, bienestar de animales, conservación de recursos naturales, finanzas personales, agroecología, derechos civiles y emprendimiento.
No podemos pretender cambiar lo que vivimos si no educamos para algo distinto. Tristemente, no acabamos de darnos cuenta de que el progreso que buscamos no vendrá con pintar paredes, construir puentes o asfaltar carreteras, sino con una verdadera reforma a nuestro sistema educativo que equipe a quienes heredarán nuestro país, social y económicamente maltrecho, con herramientas para enfrentar los retos del mundo moderno y contribuir a su mejoramiento. Reformar nuestra educación, ciertamente, no es el camino más fácil, pero sin duda alguna, es el correcto. ¿Qué esperamos para cambiar nuestro rumbo?