LA PAZ (AP) — El bullicio de los mercados callejeros de los barrios populares se apodera del principal teatro de La Paz, Bolivia. Las luces del escenario se encienden y varias vendedoras comienzan a contar sus historias.
De pronto una de ellas da a luz a una niña. En medio de las celebraciones se escuchan voces disidentes: “Es una mujercita”, “¡Ay, sólo viene a sufrir!”, “¿Y su padre dónde está?”. Pero pese a la presión de la sociedad la madre promete cuidar y proteger a su hija mientras las otras vendedoras bailan por el nacimiento.
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La escena es un fragmento de la obra “Kusisita” (“Felicidad” en aymara), que cada vez que se presenta llena el teatro de colegiales, mujeres que han sufrido la violencia de género y público en general.
“He sufrido esta discriminación desde que nací. Mi mamá era muy humilde y salió de su pueblo escapando de la violencia. Para algunos es normal y queremos mostrar que no debe ser así”, dijo a The Associated Press la actriz María Luque, de 56 años.
Durante mucho tiempo Luque fue golpeada por el padre de sus cuatro hijos, lo que le produjo una parálisis en la mitad del cuerpo. Le llevó más de un año recuperarse y después de una década aún le cuesta mover la mitad del rostro, pero eso no le impidió cumplir su sueño de actuar.
Luque es una de las 22 mujeres indígenas, entre vendedoras y artesanas, que crearon el grupo teatral Kory Warmis (Mujeres de oro) unos cinco años atrás. Sus historias inspiraron el guion de sus obras más famosas “Kusisita” y “Deja Vu, el corazón también recuerda”, con las cuales se convirtieron en un movimiento artístico y social que a través del teatro busca ayudar a que otras bolivianas puedan reflexionar y se animen a romper la cadena de la violencia.
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Ambas obras también buscan revalorizar la lengua aymara de las comunidades indígenas, donde se concentra el 48% de las denuncias por violencia de género, según un informe del Instituto Nacional de Estadística presentado en 2017.
“Yo antes era callada, sumisa, pero en el escenario se me olvidó. El teatro es ahora mi vida”, contó Luque sonriente.
Antes de entrar a escena se trenza el cabello, deja su pollera colorida y se la cambia por una blanca, se maquilla y se adorna con bisutería que vende en un mercado callejero de la ciudad de El Alto, vecina de La Paz.
La actriz vive en esa ciudad al igual que la mayoría de sus compañeras que migraron desde zonas rurales en busca de oportunidades.
De acuerdo con un informe presentado por el ministro de Gobierno, Carlos Romero, 40% de los casos policiales de Bolivia son por violencia intrafamiliar.
El país tiene la mayor tasa de feminicidios en América del Sur con dos por cada 100.000 mujeres, según un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de 2018 que incluyó a 19 países de Latinoamérica más España.
Sin embargo, el gobierno asegura que el país ocupa el tercer lugar con 128 feminicidios después de Brasil y Colombia.
La experta de OXFAM, Damaris Ruiz, dijo a la AP que Latinoamérica es una de las regiones más violentas del mundo para las mujeres, lo que explica las altas tasas de feminicidios a pesar de los avances jurídicos.
La ola liberadora que impulsan las mujeres también las ha expuesto más a la cultura machista, según Ruiz. “El 60% de las víctimas son menores de 25 años”, dijo.
“Uno no entiende cómo el hombre al que entregas tu vida es quien te la quita”, reflexionó Gumercinda Mamani, que se unió al grupo hace cuatro años. Antes fue dirigente de las mujeres campesinas y ahora confecciona polleras y cuida de sus ovejas y vacas en la localidad rural de Pucarani, unos 60 kilómetros al oeste de La Paz.
Recordó que cuatro años atrás una de sus amigas desapareció. La buscaron durante varios días sin suerte, hasta que vio a sus cinco hijos llorando. Los niños le contaron que la policía había encontrado el cuerpo de su mamá al norte de La Paz. “Estaba como dormida, la movieron y tenía la marca en el cuello de una cuerda con la que su esposo la había asfixiado”, rememoró Mamani. “Yo lucho contra esto”.
“No podemos esperar a que nos maten o nosotros nos queramos quitar la vida por la desesperación que deja la violencia”, dijo la actriz Carmen Aranibar, de 46 años, mamá de dos varones y vendedora de pañales.
Aranibar soportó durante más de 10 años los golpes de su pareja hasta que se enteró que tenía una novia joven. “Casi me suicido. Yo le aguanté todo por miedo a que me dejara. Después me di cuenta de que no valía la pena, me fui. Y aquí estoy feliz y es lo que cuento en la obra”, agregó.
Erika Andia, directora del grupo y afamada actriz boliviana, explicó que fue difícil enseñarle a actuar a mujeres que durante mucho tiempo habían sido sumisas y calladas. Pero su fuerza de voluntad lo hizo posible.
“Ése era el objetivo, descubrir su potencialidad, lograr que se desinhiban y aumentar la autoestima”, añadió.
Para Paola Ricalde, de la Dirección de Políticas de Igualdad de la alcaldía de La Paz, el movimiento artístico -que colma el teatro en cada una de sus presentaciones- ayuda a reflexionar y educar con mensajes directos con lo que la gente se identifica y que a su vez generan debates dentro de las familias.
En Bolivia los movimientos contra la violencia de género no han tenido el impacto que tuvieron #NiUnaMenos en Argentina o “#MeToo en Estados Unidos.
Para la experta de OXFAM, Argentina ha liderado el movimiento más importante de la región llegando a movilizar mujeres a nivel internacional.
Las Kory Warmis son por ahora un movimiento nacional que lleva el teatro a las calles, colegios y pueblos, pero en junio tendrán su primera presentación internacional en un festival de teatro en Perú.
“No pensábamos haber llegado hasta aquí. No hay límites en lo que hacemos, cada año crecemos más. Es la alegría después del dolor”, dijo orgullosa la directora del elenco.