Hace 40 años, era muy poco lo que se conocía en Puerto Rico sobre la vida de Lolita Lebrón. Llegaba a la isla procedente de la prisión de Alderson, Virginia Occidental, en un pase especial para asistir al sepelio de su hija Gladys Mirna, quien falleció en un accidente de automóvil. La imagen de aquella mujer me cautivó tan pronto la vi: preciosa, con su pelo recogido en un elegante moño en el tope de su cabeza, un sencillo juego de pantallas y collar de perlas, inmensa. Nunca escuché su voz; de seguro, su silencio era la condición impuesta por sus carceleros para permitirle pisar nuestro suelo. Era, sin duda, todo lo opuesto a los lamentables epítetos con la que la oficialidad criolla la describía.
Cuando esta mujer lareña encabezó el comando que, con el ataque al Congreso de los Estados Unidos, visibilizaría a nivel mundial nuestro estatus colonial y la lucha por la independencia de Puerto Rico, lo hacía también la madre soltera, obrera de la costura.
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Aprendió el oficio muy joven, y con él ganaría el sustento primero trabajando en San Juan y luego desde el exilio en Nueva York, mientras que sus crías permanecieron al cuidado de su abuela en Lares.
En Estados Unidos, fue escalando los puestos más altos del Partido Nacionalista: secretaria general y vicepresidenta de la Junta Nacionalista de Nueva York, y delegada general para EE. UU., puesto que ocupaba cuando don Pedro le hizo llegar la orden de concretar un ataque al Senado, Cámara de Representantes o Casa Blanca que visibilizara la estrategia imperial contra Puerto Rico.
Es así como Lolita dirigió el ataque realizado junto a Andrés Figueroa Cordero, Rafael Cancel Miranda e Irving Flores en el Congreso de Estados Unidos el 1.o de marzo de 1954. Lolita escogió la fecha para que coincidiera con la inauguración de la Conferencia Interamericana de la OEA celebrada en Caracas, donde el Partido Nacionalista tenía un asiento oficial, y porque durante ese mes se conmemora la caída de patriotas en la masacre de Ponce (1937).
La lucha política de Lolita la llevó a vivir consecuencias muy terribles para su vida personal: separarse durante mucho tiempo de su madre, su hermana y, lo más difícil, sus crías. Se entregó con profundo desprendimiento a su causa a pesar de ser difamada por quienes intentaron invisibilizar su vida de entrega por la independencia. En el camino, sufrió heridas desgarradoras, como la pérdida de su hijo mientras enfrentaba el juicio, y del que se enteró meses más tarde cuando uno de los alguaciles le entregó un periódico con la noticia en primera plana. Poco después, perdió a su madre. Sufrió encierro absoluto durante 12 años.
Este 2019, año en que conmemoramos su centenario, celebramos que las actividades convocadas por la Coalición 8 de Marzo se dediquen a Lolita Lebrón. Solo una mujer de una estirpe tan excelsa como la de Lolita pudo tener la valentía de cumplir con la misión delegada en ella por don Pedro Albizu Campos, armarse de fuerza para enfrentar las condiciones inhumanas durante los 25 años de su encierro, y continuar luchando por la independencia con optimismo, esperanza, valor. Lolita es ejemplo de la libertad a la que debemos aspirar cada una de nosotras. De todos sus legados, el más puntual es su inmenso desprendimiento para amarnos.