En los primeros días luego de la elección del 2016, confieso lloré bastante. Alguien, cansado de verme llorar, me dijo “creo que el grupo más discriminado en este momento en los Estados Unidos son las mujeres. Prefieren de presidente a un agresor sexual confeso que a una mujer sobrecualificada”. No sé si pensó que eso me haría sentir mejor, o peor, pero me puso a pensar, y aquí en Puerto Rico la cosa no es muy diferente. Algunas aspiran a dirigir la nación más poderosa del mundo, otras aspiran a criar a sus hijos en el hogar. Algunas se quedan cortas en esas aspiraciones por falta de apoyo electoral; otras por falta de recursos o de apoyo familiar. Sin embargo, todas debemos tener derecho a aspirar a lo que nuestro corazón y nuestras capacidades nos motiven a soñar. A lo que nadie debe tener derecho, en cambio, es a aceptar que como sociedad se le violenten los derechos básicos a más de la mitad de nuestra población, y en ya 23 casos este año, el derecho a sencillamente permanecer vivas. El viernes pasado comenzaron una serie de manifestaciones y reclamos por un grupo de mujeres que, irónicamente, en el día internacional de no violencia contra la mujer, recibieron palos y gas pimienta en la calle Fortaleza, a solo pasos de la Mansión Ejecutiva. En la noche, dicha estructura “se iluminaría de violeta”, según el propio Gobernador tuiteara a solo horas de que sus componentes de seguridad metieran la pata (y los macanazos y el gas pimienta) de la forma en que lo hicieron. La violencia de género va desde microagresiones en el día a día hasta asesinatos, y aquí nos hacemos de la vista larga y decimos que “hay que educar en el hogar”. Sí, hay que educar en el hogar, pero también hay que educar con perspectiva de género en las escuelas, tener protocolos de manejo de acoso sexual en el empleo, crear política pública que promueva la defensa de las mujeres en el empleo, en sus hogares, en las salas de parto y en las calles. Política pública que fomente que se atiendan con seriedad y celeridad los miles de “rape kits” en Forenses, donde no se nos diga desde niñas que el que me da es porque le gusto o que el que me cela es porque me ama. Le hemos fallado como sociedad a más de la mitad de los que con orgullo nos llamamos puertorriqueñas y nadie parece alarmarse mucho. Lo más fácil, por lo visto en las reacciones de cibernautas esta semana, es culpar a las víctimas, las que no dejan a sus agresores a tiempo, las que por miedo o desconocimiento prefieren callar, las que no tienen herramientas para identificar en sus hijos e hijas patrones peligrosos a temprana edad, las que si logran huir del ciclo de la violencia y sus agresores creen que no merecen vivir, las que sufren en silencio y las que gritan pidiendo acción a las autoridades. Sí, hay que educar en el hogar y en todas partes porque una sola víctima es demasiado. Pero también, convirtámonos en la generación que de pasos afirmativos para garantizarle el derecho a existir a todos los componentes de la sociedad, erradiquemos la violencia desde todos los frentes posibles, respetemos el derecho a vivir de las que quedan y no nos olvidemos de estas 23, las que se fueron antes y las que lamentablemente un día faltarán. #NiUnaMenos #VivasNosQueremos
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