Los ocho millones de toneladas de plástico que cada año reciben los océanos no solo matan a las ballenas, tortugas y aves marinas: están ya en nuestra mesa, en el pescado, en la sal, en el agua del grifo, en la embotellada y hasta en la cerveza. Son una amenaza y exigen actuar ya.
Este es el mensaje que pretende lanzar “Micro 2018”, la conferencia que por segundo año reúne en Lanzarote a los principales grupos científicos del mundo involucrados en esta materia, por iniciativa del grupo Marine Sciences for Society, la Unesco y universidades como las de Cornell (EU), Plymouth (Reino Unido), Versalles (Francia), Siena (Italia) o Las Palmas de Gran Canaria.
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“No podemos permitirnos seguir sin hacer nada. Hemos llegado a un nivel de contaminación por los plásticos que necesitamos actuar ya”, resume para Efe una de las coordinadoras científicas de la conferencia, Bethany Jorgensen, investigadora del Laboratorio de Ecología Cívica de la Universidad de Cornell, en Nueva York.
En los últimos años, se han publicado trabajos que demuestran que el plástico que contamina todos los océanos, sin excepción, se fragmenta con el tiempo en miles de trozos susceptibles de que los peces se los coman e, incluso, en partículas tan minúsculas que son ingeridas por el plancton. Y a partir de ahí, van ascendiendo por la cadena alimentaria hasta llegar a la mesa de cualquier hogar.
¿Comemos plástico? “Sí, y lo bebemos también”, responde Jorgensen, “está en los peces, en los mejillones, en otros moluscos, en el marisco, pero también encontramos microplásticos y microfibras en los sistemas de agua, tanto en el agua del grifo como en la embotellada. Hasta en la cerveza hemos hallado microplásticos” Esta científica subraya que no hay tiempo que perder para tomar medidas, porque incluso en la hipótesis de que la humanidad parara de producir plástico de la noche a la mañana, la enorme cantidad que acumulan ya los océanos nos va acompañar durante siglos.
“La mayor parte del plástico no se degrada nunca. Solo se fragmenta en trozos más y más pequeños, pero sigue ahí”, apunta la coordinadora de Micro 2018. Quizás por ello la sala donde se celebran los debates está presidida por una instalación artística que incluye un peculiar estante de supermercado.
En una bandeja de poliespán, plastificada con film, como no podía ser de otra manera, hay tapones de botella: durarán 250 años. En otra, pajitas de refresco: resistirán en el mar 350 años. En una tercera, cuerdas de pesca: aguantarán 450 años. En la última, trozos de piche, o alquitrán: contaminarán el medio durante 1.300 años.
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Bethany Jorgensen subraya que todas esas sustancias no solo preocupan por su composición, sino porque muchas de ellas toman del océano otro tipo de sustancias bioacumulables, como los POP (contaminantes orgánicos persistentes), que refuerzan su potencial de provocar daños a la fauna… o al hombre.
Esta científica cree que urge tomar medidas. Las primera: prohibir o restringir los plásticos de un solo uso, pero también exigir a toda la cadena industrial, desde el fabricante hasta la planta de reciclaje, que informen regularmente y con detalle de las cifras de plástico que mueven, porque los científicos están seguros de que tienen entre manos un problema “infravalorado”.