Mary Frances Parrish prevé que estará sin electricidad durante varias semanas, más o menos el mismo tiempo que le queda de vida a su hijo enfermo terminal de cáncer.
Luego del paso del huracán Michael, que destruyó muchas de las casas de su vecindario, ella y su hijo Derrell, de 47 años, planean quedarse, aunque no tengan agua corriente ni electricidad. La razón es la misma por la que no desalojaron su pequeña vivienda durante la tormenta: su auto está descompuesto y no sabe a dónde podría ir.
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“No tenía manera de salir de aquí. Mi auto está en el taller y no tengo a dónde ir ni dinero para hospedarme en algún lugar”, dijo Parrish, de 72 años. “La gente ha enviado cosas. Tengo mucha agua, tengo bebidas frías, tengo mucho que comer. Quizá sea de lata, pero hay mucho de comer. Mientras tengas comida, bebida y buen ánimo, estás del otro lado”.
Parrish está en una posición similar a la de muchos habitantes de Panama City. Sus casas están dañadas, no tienen electricidad ni los recursos para reubicarse. Mientras algunos con más recursos se han alojado en hoteles en Destin, a 72 kilómetros (45 millas) al oeste, hay muchos que ya no tienen empleo y se ven forzados a quedarse en casas dañadas.
A la vuelta de la esquina de Parrish, Nanya Thompson, de 68 años, ponía ropa a secar en los cables de luz que ahora cuelgan a unos cuantos centímetros (pies) del piso directamente frente a la puerta de su departamento. Todas salvo dos ventanas de su pequeña casa estallaron durante la tormenta y parte del techo salió volando, permitiendo la entrada de agua.
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Era empleada de un hotel, pero el hotel en donde trabajaba se dañó durante la tormenta y ahora ya no tiene trabajo. El propietario le permitió quedarse en el hotel hasta que las autoridades dictaminaron que no era seguro que hubiera personas ahí.
Por ahora, no se mueve.
“Planeo quedarme aquí hasta que alguien llegue a la puerta y me diga que me vaya”, dijo, y agregó que espera su cheque del Seguro Social a final del mes para mantenerse. “A mi edad, será difícil que encuentre otro trabajo. Podría no resistir ahí afuera. Podría tener que irme”.
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Más al sur en Panama City, Clinton Moseley, de 55 años, quitaba ramas y escombro de la casa que comparte con su madre de 81 años, Rebecca. Un enorme árbol atravesó el techo sobre una de las recámaras de la casa que durante un siglo ha sido propiedad de la familia. Se metió el agua, pero dijo que se quedarán.
Moseley, quien perdió la pierna derecha de la rodilla hacia abajo en un accidente automovilístico, estaba sudoroso y cansado mientras intentaba limpiar. Pero no tiene trabajo y dice que él y su madre se quedarán en la casa en un barrio particularmente afectado.
“¿A dónde diablos vas?”, dijo. “Tengo una pierna. Sobreviví… y no tengo nada. No iré a ningún lado”.
A pocas cuadras, Gay Little, de 72 años, regresó a su casa para recuperar sus cosas con la ayuda de su nuera. Se quedó con su hijo y su familia durante la tormenta en el condado Bay, más al norte, pero regresó para enterarse que su casa era inhabitable. Antes de la tormenta, decoraba su jardín con una animada exhibición: “Navidad en octubre”. Ahora los adornos y Santa Clauses de plástico salieron volando a jardines vecinos, mientras que las figurinas estaban esparcidas por su casa.
Little vivía sola. Tiene seguro, pero no tiene servicio de celular para hablarle a su aseguradora. Está discapacitada y su único ingreso es del Seguro Social.
“No tengo a nadie más que a mí y perdí todo lo que tenía”, dijo Little. “Recibo apenas lo suficiente para pagar mis cuentas. Me sobran 3 dólares al mes”.
Pero ella, a diferencia de otros, tiene un lugar en donde quedarse. No tiene suficientes ahorros para reemplazar la casa que ha perdido y espera que el seguro lo cubra, pero adelanta una larga espera. Mientras tanto, está con su familia.
“Tenemos suerte de que por lo menos tengamos un lugar en donde quedarnos”, dijo Pam Rudd, su nuera de 50 años. “Hay personas que caminan cargando mochilas sin un lugar para quedarse”.
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