Texas, EE.UU. — Un niño de cabello corto estaba sentado plácidamente y sonreía hasta que súbitamente se paró y trató de tomar un brownie de una bandeja cercana. No alcanzó a aprenderlo y terminó tirando al piso migas y servilletas, provocando las risotadas de dos menores que estaban por allí.
Fue una escena típica de una cafetería de una escuela primaria. Pero ocurrió en el centro de detención de inmigrantes de Dilley, una de las principales instalaciones donde se aloja a familias en el marco de las severas políticas contra la inmigración ilegal del gobierno de Donald Trump.
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Las autoridades federales permitieron el jueves que algunos periodistas visitasen el centro de 20 hectáreas donde se encuentran 1.200 mujeres y menores de uno a 17 años. Es la instalación de este tipo más grande del país y está localizada en un rincón remoto del sur de Texas, unos 110 kilómetros (70 millas) al sudoeste de San Antonio. No se permitió a los periodistas entrevistar a las personas retenidas allí.
Otro centro de detención en Karnes City, Texas, aloja a 630 hombres con sus hijos, en tanto que una instalación más pequeña de Pennsylvania tiene hombres y mujeres con sus hijos.
Cifras oficiales dadas a conocer el miércoles reflejan la presión que enfrenta la red de centros de detención del servicio de inmigración, que tiene capacidad para solo 3,000 familias aproximadamente. En julio, las familias representaron 9,258 (el 29.5%) de los 31,303 arrestos hechos por la Patrulla de Fronteras. En junio fueron el 27.6% del total de detenciones.
Las políticas de “tolerancia cero” del gobierno de Trump, incluido el procesamiento penal de los extranjeros que cruzan la frontera ilegalmente, dio paso a la separación de familias, interrumpida cuando el clamor del público hizo que Trump emitiese un decreto suspendiendo la práctica en junio. Aproximadamente el 10% de las familias de Dilley se reunieron tras haber sido separadas, pero no muestran síntomas de traumas que las distingan de las otras familias retenidas, señaló Daniel Bible, director de la oficina de San Antonio del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (conocido por sus siglas en inglés, ICE).
“Creo que lo que se ve allí es el comportamiento típico de esta gente”, señaló Bible. “No percibimos cambios”.
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Muchas familias retenidas en Dilley le escapan a las pandillas y la violencia del narcotráfico en sus países, particularmente Guatemala, México, El Salvador y Honduras. Buscan asilo en Estados Unidos, un proceso que puede tomar años, y afirman que sus vidas correrán peligro si son deportadas.
La instalación recibe unos 110 migrantes nuevos diarios, la mayoría detenidos en el valle del río Bravo. Dilley solo acepta madres con hijos, siempre y cuando no tengan antecedentes delictivos.
A las mujeres y niñas mayores de 10 años se les hacen exámenes para ver si están embarazadas a su llegada y a todos los detenidos se les hacen exámenes médicos y dentales, y reciben vacunas de inmunización en cuestión de días. Carteles que muestran a un Pinocho con la nariz larga dicen en español: “El rumor número uno que han escuchado sobre las vacunas. No es cierto”. Alude a la creencia de que las inmunizaciones pueden causarles perjuicios a los menores.
Los inmigrantes permanecen en Dilley unos 15 días. Un tribunal federal prohibió al gobierno retener a familias por más de 20 días, aunque algunas se quedan más tiempo por voluntad propia, mientras presentan apelaciones si no pasan la primera entrevista del proceso de asilo. Michael Sheridan, empleado del ICE que dirigió hizo de guía en la visita, dijo que la mayoría de las personas que llegan a Dilley pasan la entrevista inicial y son liberadas para que vivan con parientes en distintas localidades de Estados Unidos.
Con un presupuesto anual de $156 millones, Dilley consiste en una serie de complejos que supieron alojar a trabajadores de la industria petrolera. Madre e hijos son asignados a distintos “barrios” con nombres de animales y generalmente comparten remolques con catres y baños comunitarios.
La cafetería ofrece tres comidas diarias y tiene un bar con ensaladas, arroz y frijoles, así como pequeños hornos para calentar tortillas, que siempre están disponibles. El plato más popular es nuggets de pollo, según Sheridan. Hay patios con juegos para los niños, gimnasios, una peluquería gratis y una biblioteca con miles de libros en español y en inglés, donde los detenidos pueden ver sus correos electrónicos y entrar en la internet, aunque no tienen acceso a redes sociales como Facebook.
Hay remolques donde se dan clases a los menores, siguiendo los programas escolares de Texas, pero no se hace jurar lealtad a la bandera estadounidense, como en las escuelas del estado.
Las familias retenidas tienen libertad de movimiento en el complejo y no deben usar uniformes.
“Este no es un penal. Es algo informal”, afirmó Sheridan.
Agrupaciones defensoras de los derechos de los migrantes, no obstante, dicen que los centros de detención de familias, incluido el de Dilley, no tienen pediatras disponibles las 24 horas. Hay tres médicos en la instalación, que generalmente trabajan durante las horas hábiles. El resto del día hay otro personal médico que interviene de ser necesario.
Katy Murdza, del Dilley Pro Bono Project, que colabora con los migrantes retenidos, dijo que los niños que necesitan medicinas deben hacer colas a veces por horas en una farmacia que funciona en un remolque. Agregó que en las clases que se dictan cuesta acomodar a los menores que hablan otros idiomas que no sea el español, como lenguajes mayas.
“Creo que todas las familias que vienen aquí están traumatizadas”, manifestó Murdza. “Mucha gente dice que no hubieran querido irse de sus países, pero que no tenían otra alternativa”.