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Opinión: Otro 25 de julio…

Lea la opinión de Alejandro Figueroa

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El 25 de julio es una fecha en la que en nuestra isla se conmemoran varios sucesos históricos. Por coincidencia, o a hechura de los actores con poder para pautar fechas, el 25 de julio de este año coincidieron eventos adicionales entrelazados entre sí y relacionados, a su vez, con los eventos históricos que ya, de por sí, se celebran.

A saber, el 25 de julio de 1898, fecha en que toda la nación española conmemoraba el día de su patrono nacional, el apóstol Santiago, las tropas estadounidenses al mando del general Nelson A. Miles invadieron a Puerto Rico por la bahía de Guánica. Fue el comienzo de una campaña militar que 85 días más tarde culminaría con la salida del último gobernador español de la isla. Así concluyeron casi cuatro siglos de coloniaje español y comenzó el dominio de Estados Unidos sobre Puerto Rico; pasamos de ser una colonia española a ser una colonia americana.

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Igualmente, el 25 se celebra el aniversario de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Esta fue aprobada por el pueblo el 6 de febrero de 1952, y puesta en vigor el día 25 de julio del mismo año. A partir de entonces, y por primera vez en más de 450 años de historia, Puerto Rico contaba con una constitución.  Aunque para muchos la situación colonial no se había resuelto, la creación de la Constitución del Estado Libre Asociado representó un paso en la búsqueda de autonomía para la isla. Sin embargo, 66 años después, Puerto Rico continúa siendo un territorio no incorporado de los Estados Unidos de América; es decir, una colonia.

Este año, el día 25 coincidieron varios eventos que acentúan la condición colonial en la que aún vivimos y ponen de relieve el inmovilismo que ha provocado que nuestra isla permanezca en un marasmo jurídico, económico y existencial. Específicamente, este pasado miércoles se llevó a cabo (i) la vista judicial en el Tribunal Federal donde se solicitaba una determinación en cuanto al equilibrio de poderes entre la Junta de Supervisión Fiscal y el Gobierno, (ii) la vista congresional ante el Comité de Recursos Naturales de la Cámara Federal sobre el estatus operacional de la Autoridad de Energía Eléctrica, y (iii) la celebración por parte del Partido Popular del aniversario del ELA.

En resumen, tal cual ha sido característico de Puerto Rico bajo el ELA, en cada una de estas actividades se habló mucho, pero no se resolvió nada. Veamos. En la vista bajo el Título III de PROMESA, al señalar que se trata de una decisión que incidirá en la capacidad operacional del Gobierno, la Jueza Laura Taylor Swain se reservó el fallo sobre las demandas incoadas por el Gobierno y la Legislatura contra la Junta de Supervisión Fiscal para dirimir la controversia sobre el presupuesto. En la vista congresional presidida por el representante Ron Bishop, se discutió el patético estado de nuestra infraestructura eléctrica y se planteó la posibilidad de legislación federal que establezca un mecanismo de supervisión federal y, a su vez, permita la despolitización de la corporación publica. En la celebración del ELA convocada por Héctor Ferrer, este proclamó que busca una “relación digna y permanente” con los Estados Unidos que garantice el derecho de los puertorriqueños a autogobernarse, con voto presidencial y ciudadanía americana.

Un vistazo al saldo de un día que prometía deja entrever que, en Puerto Rico, cuanto más cambian las cosas, más se queda todo igual, o si no, peor. La decisión de la jueza Swain, aunque se reservara el fallo y este pueda ser o no favorable al Gobierno de Puerto Rico, no será más que otra instancia en que terceros no electos por los puertorriqueños deciden cómo debemos proceder.  La vista congresional, incluida la siesta que el propio Bishop confesó que tomó en medio de esta, solo sirvió para reseñar todo lo que sabemos que anda mal en Energía Eléctrica y para hacernos saber que allí también se hará lo que a otros le venga en gana.  Y, por último, en la actividad de Caguas, vimos cómo algunos, luego de 80 años bajo el ELA, aún celebran el estatus que nos mantiene como una miserable colonia donde reina la pobreza y manda todo el mundo menos nosotros.

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