PUNTA CANA, REPÚBLICA DOMINICANA — “Aquí estaba mi negocio”, dijo Julio Rodríguez parado en la arena. En el punto que marcaban sus pies estuvo un local de madera en el que desde la década del noventa ofertaba paquetes de excursiones a turistas. En 2006, él miraba el agua turquesa de la playa Arena Gorda a 25 metros de distancia de su puesto. Disfrutaba ver a los extranjeros pasearse por el frente del mercadillo de piezas artesanales donde operaba. Hace unos años se dio cuenta de que el mar se acercaba continuamente hasta que las olas golpearon las bases de su negocio y lo hicieron ceder. A sus 60 años, miraba preocupado cómo otros de los 63 locales de la plaza enfrentaban la misma amenaza.
Esa mañana de verano de 2017, Julio contaba que ha escuchado distintas explicaciones sobre porqué el mar penetró hasta más de 20 metros a ese punto de la playa. Citó el calentamiento global y la destrucción de los corales. “La misma naturaleza y uno mismo”, agregó. “Tú sabes que uno contribuye; las personas que no tienen conocimiento del daño que se le hace a esto causan muchas veces daños, consciente o inconscientemente”.
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Julio resumía de esta forma lo que ocurre en las costas de Punta Cana, un destino turístico en la República Dominicana, de reconocimiento mundial, que aumentó en más de 21,000 el número de habitaciones hoteleras desde 2001, pero que está perdiendo metros de playa por un proceso erosivo que se atribuye al cambio climático y a construcciones levantadas sin respeto al medioambiente.
Esto representa una amenaza para la industria turística, que es un soporte para la economía local, y ha sido definida por el ministro de Turismo, Francisco Javier García, como “la gallina de los huevos de oro”. Solo el sector de hoteles, bares y restaurantes representó el 7.9 % del Producto Interno Bruto (PIB) dominicano en 2017.
Parte de los terrenos de Punta Cana comprendía un ecosistema de dunas, manglares y humedales que se rellenaron o drenaron para levantar complejos hoteleros y locales de otra índole. Aunque esto está regulado, y también la violación de la franja de terreno paralela al mar de 60 metros de ancho —salvo excepciones autorizadas por la ley y decretos—, el Ministerio de Medio Ambiente no registra sanción alguna respecto a este destino en sus archivos, consultados desde 2009.
Punta Cana es un destino que pertenece a La Altagracia, una provincia de más de 330,300 habitantes. Se encuentra al este de la isla y es de los lugares turísticos más visitados en el Caribe. Entre sus atractivos están una serie de playas y comunidades como Uvero Alto, Bávaro, Cortecito, Cabeza de Toro, Arena Gorda y Punta Cana.
La provincia es altamente crítica ante los efectos del cambio climático por tener el porcentaje más alto de acuíferos subterráneos afectados por salinización ligada a intrusión marina y playas con tendencia a la erosión. Así lo establecía en 2012 un estudio de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), The Nature Conservancy y el Instituto Dominicano de Desarrollo Integral (IDDI).
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Cuando en la década del setenta comenzó el desarrollo de proyectos turísticos en una apartada y boscosa Punta Cana, se abrió paso al sector de hoteles, bares y restaurantes, que ya representa el 23.3 % del empleo generado en La Altagracia, según el estudio “Turismo dominicano, un mar de oportunidades”, publicado en 2017 por la Asociación Nacional de Hoteles y Turismo (Asonahores).
El desarrollo comenzó con un pequeño hotel conocido como Punta Cana Club, con capacidad para 40 personas, impulsado por el dominicano Frank Rainieri y el norteamericano Theodore Kheel.
La expansión continuó en la zona e inversionistas, en su mayoría españoles, atraídos por las playas vírgenes, expandieron hacia Bávaro, al norte de Punta Cana, proyectos hoteleros “todo incluido”, entre estos un complejo de 400 habitaciones de la cadena Barceló.
Aprovechando el enorme ancho de las playas, se quiso construir hoteles lo más cerca posible del mar turquesa en el que se refleja el cálido sol del Caribe. Esto generó que se fueran las dunas bajo muchas construcciones, edificaciones o caminos, observa Nina Lysenko, directora de Conservación y Manejo de Recursos Costeros y Marinos del Ministerio de Medio Ambiente.
También se alteró el manglar, un ecosistema que funge como una barrera o muralla natural contra fuertes vientos y olas producidas por huracanes o tsunamis. Ejerce una función vital en la protección de las costas contra la erosión causada por el viento o las olas.
El rápido crecimiento de la industria motivó la instalación de infraestructuras informales, proyectos inmobiliarios y negocios particulares. Al 2017, Punta Cana acogía más de 85 establecimientos de alojamiento turístico que superaban las 39,500 habitaciones, concentrando el 51 % de las habitaciones hoteleras del país, según una base de datos de la Asonahores.
Y la proyección es que aumentarán al cierre de 2018, por la construcción de más proyectos.
Solo en 2017, este destino, que ofrece un turismo mayormente costero, tuvo una tasa promedio de ocupación de 82.8. Es una base vital para la industria turística local que, a nivel general, el Banco Central calculó que dejó ese año ingresos superiores a los US$7,000 millones.
Asimismo, el sector del turismo registró una inversión extranjera directa (IED) acumulada, desde 2013 al tercer trimestre de 2016, de $1,827 millones, para el 22 % de la IED total en ese periodo, reporta el estudio de la Asonahores.
Punta Cana, además, alberga el aeropuerto del mismo nombre, que, por su alto flujo de pasajeros, es el más dinámico del país. Fue la terminal de entrada del 67.6 % de los turistas en 2017, es decir, recibió a 3,620,711 extranjeros no residentes, en su mayoría de América del Norte y Europa, de acuerdo con cifras del Banco Central.
Llegan las extremas de Irma y María
El Caribe sufrió eventos graves en 2017, al ser una región que está en alerta seis meses cada año por la temporada de huracanes en el Atlántico. La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) calificó la pasada como “extremadamente activa” y “la más devastadora en lo que va del siglo XXI”.
Entre esa alta actividad, el 7 de septiembre el huracán Irma pasó a 95 kilómetros de la costa noreste del país con categoría 4 y vientos de 280 km/h. Seis días después investigadores de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) viajaron a la zona turística. Buscaban verificar si el fenómeno varió las mediciones que hicieron en diciembre de 2016 en 39 estaciones en las que estudian la erosión en las playas Uvero Alto, Macao, Arena Gorda, El Cortecito, Bávaro, Cabeza de Toro, Cabo Engaño, Punta Cana y Juanillo.
No se esperaban que ese mes tuvieran que volver a lo mismo, después de que el día 21 pasara otro huracán: María. El ciclón se acercó con categoría 3, a 75 kilómetros de la costa este-noreste del país, con vientos de hasta 280 km/h.
Tras pruebas de campo y de laboratorio en unos tres años de investigación, la bióloga Gladys Rosado y otros académicos de la UASD y de la Universidad de Puerto Rico (UPR), compartieron en noviembre resultados preliminares del proyecto Impacto del Cambio Climático y de las Actividades Antropogénicas sobre la Geomorfología de las Playas de Bávaro y Punta Cana, República Dominicana.
Rosado informó que, a causa de Irma y María, se perdieron en promedio 208 metros de ancho de playa (68 con Irma y 140 con María) en Uvero Alto, Macao, Arena Gorda, El Cortecito, Bávaro y Cabeza de Toro. Este conteo resulta de sumar lo que midieron en distintos puntos y compararlo con los registros que tenían antes de ambos fenómenos. También encontraron peces, moluscos y crustáceos vivos y muertos arrastrados a la orilla por el fuerte oleaje.
Pero Rosado observó que había “gente contenta (de las comunidades) porque las playas ganaron arena” y no hubo daños en la zona este. Y ella se preguntó: “¿Cómo que ganaron arena?”.
“Lo que pasa es que el comportamiento de las playas bajo presiones de huracanes —explicó— lo que hace es que aplana el perfil de la playa, y toda la parte alta de atrás de la playa, el oleaje y la presión la empuja hacia abajo, y el frente de playa queda erosionado, pero por un mecanismo dinámico de la ecología de los ecosistemas esa playa aparece aplanada”. Es como una especie de “ilusión óptica” que esconde lo ocurrido con la arena.
Entonces, alertó: “Aunque estos impactos no fueron de igual magnitud en todo el frente de playa, las autoridades e inversionistas deben estar alerta por la vulnerabilidad que muchas de nuestras playas tienen ante el cambio climático en la región”.
Mostró fotografías donde se apreciaban altas pendientes y taludes de arena, del alto de una persona promedio, que los hoteleros, con el interés de nivelar el entorno, aplanan periódicamente en donde pueden.
En un censo que coordinó el investigador Luis Almánzar —quien participa en el proyecto con Rosado— se contó que hasta diciembre de 2016 había 308 infraestructuras a lo largo de la línea de costa y zona marina adyacente. Para el levantamiento de datos se consideró un complejo hotelero y residencial como una infraestructura.
Se verificó que el 51.6 % de los 64.8 kilómetros lineales de costa abarcados en el censo está ocupado por infraestructuras, principalmente en El Cortecito (96.7 %) y Punta Cana (92.4 %). Ambas zonas de playa y Uvero Alto son las que tienen mayor porcentaje de edificaciones dentro de la franja de los 60 metros.
Este reportaje se publica en Metro gracias a una alianza con el CPI. Puede acceder el reportaje completo en periodismoinvestigativo.com