CIUDAD DEL VATICANO — Cada vez que el papa Francisco visita una cárcel durante sus viajes por los barrios marginales de todo el mundo o incluso en Roma, siempre le dice a los reclusos que él también debería estar detrás de las rejas. “¿Por qué están presos ustedes y no yo?”, les pregunta.
Esa identificación con el dolor ajeno y la facilidad con que se coloca en el lugar del otro le granjearon a Francisco admiradores en todos los rincones del globo y lo confirmaron como un abanderado de los pobres y los postergados.
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Pero al cumplirse el martes el quinto aniversario de su pontificado, Francisco está siendo criticado por el tipo de causas que defiende y por las que ha ignorado. La situación de la mujer y los abusos sexuales de los curas encabezan la segunda lista y se está generando la sensación de que el primer papa latinoamericano de la historia es tal vez víctima de expectativas poco realistas y de su propia cultura.
De todos modos, los primeros cinco años de Francisco han sido una vertiginosa presentación de un nuevo tipo de papa, que valora las comunicaciones directas más que la tecnología y la misericordia más que la moral con el fin de hacer de la Iglesia un sito más acogedor para quienes se sienten excluidos.
“Lo veo como alguien fantástico, muy humano y sencillo”, declaró Marina Borges Martinez, una jubilada de 77 años, al ingresar a una iglesia para una misa en Sao Paulo. “Creo que atrajo más gente a la iglesia con su forma de ser”.
Muchos creen que el comentario de “¿quién soy yo para juzgar?” que hizo sobre un cura gay marcó una ruptura con el pasado y entusiasmó a numerosos católicos desencantados.
Otros opinan que la cautelosa apertura que hizo Francisco al autorizar la comunión de los católicos a que se vuelven a casar constituye el paso más revolucionario de su papado.
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“Conocí mucha gente que me dijo que recuperó su fe católica gracias a este papa”, expresó el arzobispo ugandés John Baptist Odama, quien encabeza la conferencia local de obispos católicos.
“Por sencillo que sea, ha transmitido un fuerte mensaje sobre nuestro Dios que ama a todo el mundo y que quiere la salvación de todos”.
Otro terreno en el que Francisco impulsó cambios es el de la política mundial: Exigió a gobiernos e individuos que traten a los migrantes como hermanos y hermanas necesitados, no como una amenaza al bienestar y la seguridad de una sociedad.
Después de visitar un campamento de refugiados en Lesbos, Grecia, Francisco se llevó a decenas de sirios musulmanes en su avión papal. El Vaticano alojó a familias de refugiados en tres departamentos de ese complejo.
Sus exhortaciones, no obstante, no han tenido mucho eco en buena parte de Europa y en Estados Unidos, donde la oposición a la inmigración es uno de los principales temas de debate en las campañas políticas. Los italianos, en el patio trasero del papa, votaron abrumadoramente este mes a favor de partidos que prometieron contener la inmigración y expulsar a muchos extranjeros.
Si bien es muy popular, hay quienes lo consideran demasiado liberal e incluso inocente.
Resta por verse si será recordado como una figura que unificó a la iglesia o que generó divisiones. Pero está claro que el mundo supo quién era Jorge Mario Bergoglio, hijo de inmigrantes italianos a Argentina que fue elegido papa el 13 de marzo del 2013 y dijo que los cardenales tuvieron que ir “hasta el fin del mundo” para encontrar un nuevo líder.
Ha habido momentos mágicos: Cuando Francisco lloró al escuchar la historia de un cura albano que fue torturado durante el gobierno comunista y luego lo designó cardenal. Cuando se le quebró la voz al encontrarse con refugiados rohinya de Myanmar y decir que “la presencia de Dios hoy también se llama rohinya”.
Sin embargo, no todo el mundo está contento.
Cuando el pontífice despejó el camino para que los católicos que vuelven a casarse por civil reciban la comunión, algunas docenas de académicos y clérigos tradicionalistas lo acusaron de hereje. Cuatro de sus cardenales solicitaron formalmente una aclaración. Elementos conservadores de Europa y Estados Unidos se preguntaron cómo podía ser que el vicario de Cristo en la Tierra pudiera aprobar el adulterio bajo el disfraz de misericordia.
“Al final de cuentas, ‘La alegría del amor’ es el resultado de un nuevo paradigma que impulsa el papa Francisco”, afirmó el cardenal Pietro Parolin, secretario de estado del Vaticano.
“Probablemente, las dificultades que hay en la iglesia se deban a este cambio de actitud que pide el papa”.
Una causa que habría ignorado le pasó factura la semana pasada, en que una coalición de mujeres católicas se congregó frente a los cuarteles jesuitas de Francisco en Roma para exigirle que les dé a las mujeres una voz en la toma de decisiones de la Iglesia Católica.
“El derecho de las mujeres a la igualdad surge orgánicamente de la justicia divina. No depende, ni debería depender, de la benevolencia o la magnanimidad papal ad hoc”, expresó la ex presidenta irlandesa Mary McAleese.
Para ser justos, Francisco designó una comisión para que estudie la posible designación de mujeres diaconisas. Encomendó a una mujer la dirección del Museo Vaticano, el órgano que más dinero le genera a la Santa Sede. Dio a los curas ordinarios, no solo a los obispos, la atribución de absolver a mujeres que se someten a abortos y puso a María Madgalena a la par de los apóstoles varones al declarar un día festivo en su honor.
Pero ninguna mujer encabeza una dependencia de la Santa Sede ni es parte de su grupo íntimo de asesores. La revista de mujeres del Vaticano publicó este mes un artículo denunciando que las mujeres son tratadas como servidumbre por los obispos y cardenales que sirven.
Otro terreno en el que está en deuda es el de los abusos sexuales de los curas. Francisco anunció una “tolerancia cero” para estos abusos, creó una comisión ad hoc de expertos para que lo asesorasen y prometió que los obispos tendrían que rendir cuentas por los casos en los que no actuaron.
Pero suspendió la puesta en vigor de un tribunal para juzgar a esos obispos, dejó que la comisión asesora se desintegrase y escandalizó incluso a sus principales colaboradores al ignorar hace poco denuncias de víctimas del cura abusador más notorio de Chile.
El episodio reforzó la impresión de que este jesuita de 81 años simplemente no se da cuenta de lo importante que es el escándalo en muchas partes del mundo y de cómo su papado va a ser juzgado por la forma en que maneja ese tema.