La desesperanza y la ansiedad, al menos de una forma temporal, han ido desapareciendo para un sector minoritario de la población cada vez que regresa la luz a algún pedacito de Puerto Rico. Cada vez que algún lugar es energizado, los gritos se escuchan por todos lados. Es una euforia que contagia de emoción al más pesimista y, por un instante, te abrazas al “Puerto Rico Se Levanta”. Claro, hasta que te toca regresar a los tapones, las filas y la ausencia de servicios que todavía prevalecen en el país a 43 días del huracán. Mientras tanto, la mayoría del país sigue a oscuras y se sigue debatiendo el manejo gubernamental del proceso de recuperación, matizado por el fantasma de la corrupción y la lentitud insostenible.
Hablemos de Whitefish, empresa a la cual el Gobierno le canceló el contrato durante el fin de semana alegando que el tema era una “distracción mayor”. La realidad es que más allá de ser una distracción, ya ha trascendido que el FBI investiga el contrato y todo lo que ocurrió en torno a esa transacción. He visto a los políticos y politiqueros en estos días estar enfocados con el tema del susodicho contrato. De esa discusión me ha incomodado algo. Y es que endiosan, con un salpicón de colonialismo que se les sale por los poros, a los periodistas extranjeros que han venido a Puerto Rico a “destapar” el caso de corrupción de este huracán. La realidad es que el contrato fue “descubierto” por la prensa estadounidense por una sola cosa: olieron sangre para tratar, por vez cuchucienta, de matar políticamente a su enemigo Donald Trump. ¿Creen que haya destapado la prensa estadounidense el escándalo de Whitefish porque les preocupa la salud fiscal del Gobierno de Puerto Rico y andan desconcertados con la idea de que nos quedemos sin dinero en caso de que FEMA, finalmente, no reembolse lo que ya los hijos de Montana se han gastado en estos 40 días? No creo.
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La prensa nacional puertorriqueña se ha encargado de fiscalizar diariamente cada etapa de esta recuperación. Pero los periodistas nuestros también se han preocupado por las cosas que afectan a nuestros compatriotas: ¿Cuándo llega la luz? ¡Cuándo se reactiva la economía! ¿A qué lugares no está llegando la ayuda? ¿Cómo podemos evitar el cierre de negocios? ¿Por qué no abren las escuelas que quieren abrir? ¿Qué está pasando con la cadena de distribución de alimentos? ¿Qué modelo socioeconómico tendremos para levantarnos realmente y traernos de vuelta todos los familiares, vecinos y amigos que se nos han ido?
Los periodistas puertorriqueños, como ciudadanos víctimas de esta tragedia, también hemos estado despidiendo a nuestros seres queridos en los aeropuertos, luchando con la oscuridad de la noche, haciendo filas, buscando alimentos, suministros, combustible y todo lo que el resto de la gente hace con mucho esfuerzo día a día. En la prensa también hemos sido los primeros en ver colegas quedarse sin trabajo por el impacto económico que ha dejado el huracán en algunas empresas mediáticas.
La prensa puertorriqueña ha tenido que contarlo todo, con sus virtudes y defectos. Ha estado del lado del país ante los problemas que más importan a la ciudadanía en este momento. Ahora el país requiere fiscalización y preguntas duras, pero también requiere una discusión humana de cara a nuestro futuro. El problema quizás es que nuestros medios, particularmente los electrónicos y la radio, andan dominados por expolíticos y abogados que entorpecen la narrativa sensible que requiere la desgracia que estamos viviendo.
Sigamos cuestionando e indagando para procurar más gritos de esperanza en los barrios de nuestro país cada vez que se prende una bombilla. Promovamos pronto una discusión abierta y sensible sobre el modelo económico que tendremos que adoptar, antes de que la Junta Fiscal Federal lo imponga. Si no lo hacemos, los gritos seguirán siendo, pero de ansiedad, angustia, pesimismo, y de esos que se escuchan cada vez que un boricua decide resolver el problema a través del aeropuerto Luis Muñoz Marín. Procuremos más gritos de esperanza.