CANÓVANAS – “Eso es comunidad”, dice Ángel Marcano Rivera, mientras señala a Oscar, un pana suyo que le está cambiando una goma al auto de un miembro de la prensa forastera que llegó a este pedacito de Borinquen que destrozó María.
Nos encontramos en el sector Villa Hugo II, una de las comunidades más afectadas de Canóvanas tras el paso de aquel perverso temporal categoría 5 que despedazó a Puerto Rico hace casi un mes. Es un momento en el que Ángel le hace honor a su nombre, poniendo su tesón, sabiduría y experiencia al servicio de esta comunidad, justo como lo hizo durante años con su barrio natal: La Perla.
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“Soy criado en La Perla, cerca de la cancha. La cancha me libró del mal camino. De mi generación quedan como cinco vivos, otros pocos están presos también, pero muchos están muertos. La viejita mía que era bien dura, bien recta, a eso le debo lo que soy”, le dice sonriendo a Metro, con el sol mañanero azotando cual látigo a Villa Hugo 2.
“Mano, en mi barrio yo he visto mucha gente, muchos adictos. Yo nunca he fumado marihuana, nunca me he metido nada. Yo soy de La Perla y nadie me lo cree cuando me digo, pero, ¿porque yo nunca lo hice? Porque yo vivía detrás del dispensario y veía a los adictos como llegaban allí, como se iban de overdose, veía de cerca los shootings [hospitalillos]. ¡Acho yo no quiero eso pa’ mi vida! Nunca meó eso para mi vida y me mantuve en el buen camino”, agrega Ángel, al inquirírsele sobre su formación en el icónico barrio sanjuanero.
Ángel tiene poco más de tres décadas de existencia. Fue presidente de la junta de residentes de La Perla y es considerado uno de los más insignes líderes comunitarios de esa barriada. Su vocación de ayudar al prójimo es muy natural: se gana la vida como asistente de niños autistas en la escuela Luis Lloréns Torres.
“Durante siete años mi esposa y yo trabajamos con niños en La Perla. Fui presidente de la junta comunitaria también, pero ya no lo soy. Es que creo que cumplí mis metas, La Perla ahora mismo la veo bien, está bien organizada. Entonces, ahora asesoro otras juntas comunitarias que lo necesiten. Y en eso estamos”, acotó.
Antes de los huracanes Irma y María, Ángel laboraba en las comunidades de Villa Clemente, detrás del residencial Manuel A. Pérez, y en la comunidad de Tocones, aledaña a la costa de Loíza. Ahora, trabaja en Villa Hugo I, Villa Hugo II y Villa Sin Miedo. Su afán por ayudar a los más necesitados lo ha llevado a un destino lleno de nuevos amigos, como el rapero Residente y algunos miembros de la banda Calle 13, con quien ha estado trabajando para llevar ayuda a los sectores con los que trabaja.
“Ismael [Cancel], el baterista, ese es mi hermanito”, sonríe, en alusión al batero que ahora lidera la banda de la cantante iLe.
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Y pues entonces, al hacer tanto bien, hay puertas que se han abierto para solidificar su trabajo. Claro, Ángel entiende que para estar en el campo de batalla, en la lucha en pos de la equidad y la igualdad socioeconómica uno debe tener una vocación seria.
“Primero que hay que nacer con eso, creo yo”, indica, mirando a los ojos.
“¿Y como luego eso se va a desarrollar? Pues con los cantazos que te da la vida. Si tú tienes una vida suave to’ el tiempo, no vas a hacer nada por nadie”, agrega.
Oscar ya acabó de cambiar la goma.
“Mira eso. Te lo digo. Eso es comunidad”, repite Ángel señalando a Oscar, un dueño de negocio en Villa Hugo II que ahora usa su local para albergar cuatro familias cuyos hogares no están en condiciones vivibles ahora mismo.
“Tienes que tener una vida en la que hayas cogido cantazos y eso es lo que te va a impulsar a hacer otras cosas para otra gente. Eso pienso yo, no sé. Yo cogí muchos cantazos de chamaco. Creo que por eso soy así”, dice Ángel.
Y ahora Ángel busca seguir dándole cantazos a la miseria y a la necesidad de su pueblo borincano.
“En esas estamos”, termina.