Devastación que parece no cesar, dolor por las vidas que se llevó la corriente y pérdidas materiales por doquier. Es el saldo trágico del paso del huracán Harvey, por los estados de Texas y Louisiana en Estados Unidos, la superpotencia mundial cuyo presidente, el magnate Donald Trump, ha sido duramente criticado por su “lejanía” e “insensibilidad” frente a la crítica situación de sus conciudadanos.
“Por favor, ayúdennos”, sostiene una vecina de las zonas inundadas, que apenas pudo salir de la zona acompañada de su perro. “He visto muchas tormentas y huracanes en mi vida, pero esto es lo más loco que he visto”, agrega otra ciudadana en testimonio ofrecido al Washington Post.
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“Perdimos nuestros muebles, nuestra casa. Aquí estoy con mis hijos y mi mujer y no sabemos dónde vamos a dormir”, asegura un padre de familia, que asegura no poseer seguro que le respalde y debe partir de cero, para rehacer su hogar.
Fuerzas militares, la Guardia Nacional y una legión de voluntarios se han movilizado más allá del cansancio, en una demostración concreta de solidaridad y respaldo a los sobrevivientes, que resisten a los embates de la tormenta, que se enfila hacia Louisiana, con su fuerza letal.
¿Y dónde está el Señor Presidente? La respuesta a esta pregunta parece estrellarse no sólo en la lentitud pasmosa de los recursos federales, para atender a las víctimas. Lo que resulta más indignante para la opinión pública de ese país, es la lejanía del presidente “adicto” al Twitter para referirse de lo humano y lo divino, pero que le ha negado una palabra de aliento para confortar a las familias de perdieron un ser querido.
Hace 25 años, en la administración de George Bush Padre, el jefe de estado estadounidense se apersonó de inmediato en la misma zona para brindar una oración por las personas fallecidas. “Lo que haga falta, lo que necesiten, lo tendrán: ese es mi compromiso”, aseguró el mandatario republicano.
Infortunado es el recuerdo de la calidad y capacidad de respuesta frente a la crisis, de George W. Bush ante el Huracán Katrina (2005). “Aquí estamos con la mierda hasta el cuello y no termina de llegar la ayuda”, comentó el alcalde de Nueva Orleans, Ray Nagin, sobrepasado por la furia de las aguas.
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Los demócratas Bill Clinton y Barack Obama fueron asertivos en el manejo de desastres naturales: no sólo se hicieron presentes, sino que se mostraron conmovidos frente a la tragedia ajena. Este no ha sido el caso de Donald Trump, aparentemente más preocupado por no mojarse su muy famoso copete.
“Parece que se ha perdido algo”, dijo el primer mandatario en una visita relámpago por Texas. “Lo está haciendo muy bien. los amo a todos”, comentó a la pasada el inquilino de la Oficina Oval, en medio de polémica por los tacones de 10 centímetros, que su esposa Melania llevó rumbo al estado de la Estrella Solitaria.
“Si el tiempo mejora el sábado, el presidente volverá”, anunciaron desde la casa Blanca, mientras Trump se lanza en el Air Force One a promover una reforma tributaria en el país. Negocios son negocios. Las víctimas pueden esperar.
“Así se ha referido el presidente a #Harvey: Histórico, Lo más grande jamás visto, épico. Histórica, Masiva, algo que el Mundo jamás ha visto. Así también se refirió Trump a su elección del pasado mes de noviembre. El clima alrededor del mandatario cambia, pero su estado interno pareciera que no. El jefe de estado se regodea en sus logros personales, pero no termina de ver lo (trágico) que sucede alrededor”, comentó el columnista Frank Brunni del New York Times, en su artículo “Las aguas apestan: así como el ego de Trump”.
Lo cierto es que la lluvia no cesa y muchos aún aguardan por la ayuda del hombre que prometió hacer “América grande otra vez”.