Sin ningún tipo de beneficios más allá de los $7.25 que acumula por hora trabajada, la puertorriqueña Lesly Soto se levanta cada mañana a trabajar como housekeeper en un motel de la zona de El Paso Texas.
Ella lleva poco más de un año en esta calurosa ciudad, que se ha convertido en el nuevo punto de migración de muchos puertorriqueños, que al ver menguadas sus oportunidades de crecimiento, tanto en la isla como en el estado de Florida o Nueva York, han decidido relocalizarse, debido a que, según asegura, hay trabajo, el costo de vida aún se mantiene bajo y se habla mucho español, dado que gran parte de sus residentes son mexicanos.
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Soto, quien está consciente de que trabaja por salario mínimo, el mismo que devengaba en la isla cuando laboraba en una tienda de hacer arreglos con frutas en Vega Baja, afirma que lo hace para mantener ocupado su tiempo y cubrir los “gustos” de sus tres hijos.
“Los ingresos de su esposo (como camionero) son muy favorables”, afirma, al tiempo que añade que “en Puerto Rico vivían cheque a cheque”.
Destaca que el trabajo es muy cómodo y que no ha sentido discriminación por parte de sus patronos o compañeros.
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No obstante, dice que aún no se ha acostumbrado a vivir fuera de su tierra, de la que está muy pendiente.
“Como a los cuatro meses de haber llegado, ya quería regresar. Extraño mucho a mi isla, y cada vez que tengo la oportunidad viajo hacia allá”, afirma, mientras establece las diferencias entre vivir en Puerto Rico y Texas, una de ellas el pago de renta —$700 al mes por un apartamento— y de $80 a $120 al mes de energía eléctrica.
“Aun así, vale la pena haber migrado. Lo que pasa es que extraño mucho la isla porque allá todavía está mi mamá, papá, abuelos y mi hija mayor”, que cursa estudios universitarios.
