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Plagio sin consecuencias

Lea la columna de opinión de Mariliana Torres.

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Nos escandalizamos cuando se descubre que tal proyecto de ley ha sido plagiado o cuando un mes más tarde desempolvan un proyecto y el escrito es casi calcado. No hay neuronas. El problema del impostor que se hace pasar por autor lleva décadas gestándose porque quienes debieron haberlo corregido no lo hicieron a tiempo. Sí, me refiero a esos que aseguran que el escrito es suyo cuando la originalidad y la investigación es de otro. En otras palabras, se apropian de la inteligencia ajena.

Pensar y escribir es una profesión difícil y delicada por la responsabilidad social que conlleva. Los que se dedican a ello saben que la lectura y la práctica mejoran la calidad del texto escrito para que pueda generar conocimiento y opinión pública. El poder acceder a miles de escritos en la red ha ocasionado que el plagio se prostituya a una velocidad luz. Con un copy-paste ya lo tenemos. ¿Qué deberíamos hacer contra los plagiadores? “Echarlos en la hoguera”, me dicen los universitarios que se fajan y andan con los ojos pegados luego de pasar 24 y 36 horas sin dormir para poder entregar a tiempo. Otros proponen denunciarlos a viva voz y penas más fuertes. En las escuelas de periodismo se establecen protocolos para evitar el plagio y se firman acuerdos para evitarlo. Varios programas especializados sirven de herramienta para detectar el impostor y el que se identifique como plagiador pueda incluso ser expulsado. A mi entender es la vergüenza más reprochable que un estudiante y, luego, un profesional puede pasar. De hecho, algunas personas han perdido sus empleos y hasta títulos universitarios por esa práctica. Es regla básica de respeto y ética que todo escritor, redactor, autor, colaborador, bloguero, periodista, así como periodista ciudadano, debe seguir aun cuando no trabaje en algún medio de comunicación. Bravo por aquellos que lo denuncian y bravo por aquellos que enfrentan directo al plagiador. La mala costumbre de copiar textos periodísticos y colocarlos en los libretos de noticiarios de radio y televisión, en páginas oficiales de programas de entretenimiento y en las redes sociales es una falta de respeto a la inteligencia y al profesionalismo del investigador, el autor, el periodista y el redactor. La regla básica es darle crédito a quien escribe, pero, últimamente, no lo están haciendo. Para un periodista, su documento periodístico publicado en cualquier medio de comunicación es una responsabilidad social y su satisfacción mayor es saber que con este ha contribuido al debate, la opinión pública y el mejoramiento de los actores sociales. Pero, cuando alguien se atribuye el escrito y, por ende, la investigación, se está mancillando una profesión que bastante tiene ya con las personas que se dedican a injuriar y alimentar el odio contra ella. Además, se le falta el respeto al lector que piensa que está leyendo o escuchando un escrito original cuando en realidad es una copia sin permiso. Quisiera pensar que los que permiten el plagio están tan ocupados con la inmediatez que se les olvida la regla ética. Tan sencillo que es comprobar para  evitar demandas. Pero para ello se necesitan respetar los valores del periodismo e identificar quién y quiénes propician conductas no propias que minimizan la profesión.

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La relación entre audiencia y periodista se basa en la confianza y el profesionalismo que a lo largo de los años se cultiva y entrega. ¿Por qué se distinguen y se valorizan los escritos del maestro Gabriel García Márquez? Textos de perfección, originalidad y calidad insuperable.

Para poder exponer los argumentos, hay que tener conocimiento y respeto por el lector y el espectador. Valorizar a quienes nos leen, escuchan y observan maximiza la confianza de la audiencia con el medio de comunicación.

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