En estos días se ha desatado toda una controversia con repercusiones insospechadas tras la decisión de los organizadores del Desfile Puertorriqueño de Nueva York de hacer una dedicatoria al expreso político Oscar López. Varios auspiciadores importantes se han retirado del evento ante las amenazas de boicot y una brutal campaña, comandada por organizaciones y figuras anexionistas que repudian tal distinción. Resulta que ahora el desfile sí importa.
El Desfile Puertorriqueño de Nueva York lleva décadas celebrándose y a la mayoría de los puertorriqueños “de la isla” nunca les ha importado su celebración. Peor aún, cada vez que se lleva a cabo el desfile, los de acá lo critican severamente, se burlan y menosprecian la forma en la que los compatriotas expatriados manifiestan su orgullo nacional. Se les cuestiona hasta su nivel de puertorriqueñidad porque no hablan español, lo hablan mal (como si acá se hablara perfecto) o porque pocas veces han venido a la isla.
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He estado en el desfile varias veces. Lo he ido a cubrir y lo he caminado con mis compueblanos guayanillenses, como parte de las delegaciones municipales que acuden año tras año. Hay que estar allí y conocer la historia de esa diáspora para entender, apreciarla correctamente y sentirse orgulloso de esa manifestación.
El puertorriqueño, no importa su ideología, esconde un poderoso nacionalismo que, al instante que emigra por las razones que sean, siente una necesidad inmediata de dejarse sentir, celebrar las tradiciones que acá no celebraba y actuar como si estuviera en casa. Eso ocurre con la comida, la música y en fechas importantes que en otras circunstancias pasan desapercibidas.
Los que han tenido que emigrar hace mucho tiempo o cuyos padres y ancestros tuvieron que hacerlo cargan un peso mayor. Cargan una bulto lleno de discrimen, marginación y hasta violencia con la que han tenido que sobrevivir. Es por eso que el Desfile Puertorriqueño de Nueva York se convierte en ese día en el que los boricuas le manifiestan al mundo su orgullo, ocupando una de las avenidas más emblemáticas del planeta. La quinta avenida de la Ciudad de N. Y. para nada tiene que ver con Puerto Rico. Pero esa inmensa calle simboliza el progreso, el poder económico, representa al que discrimina y a la élite con la que ha tenido que bregar esa diáspora. Ese es el único día en que la mayoría de los puertorriqueños de la diáspora salen juntos a la calle para decirle al mundo una sola cosa, muy sencilla: “Yo soy boricua pa que tú lo sepas”. Algunos lo hacen muy conscientes de esa historia de marginación y violencia; otros lo hacen porque cargan inconscientemente en sus genes las vivencias de sus antepasados.
El escándalo por la dedicatoria a Oscar es uno exagerado y quienes lo han promovido hacen un daño increíble. Por la guerra político partidista local, con la intención de proponer golpes a figuras del patio que puedan tener aspiraciones mayores en el 2020, le propinan un golpe a una diáspora que lo único que quiere es celebrar su orgullo por la bandera con la que se identifican.
El desfile ha sido dedicado en el pasado a figuras políticas, congresistas puertorriqueños, a la causa de Vieques, otras tantas luchas, artistas, y nunca antes sectores inescrupulosos realizaron una campaña para impulsar el retiro de auspiciadores. Lamentablemente, algunas firmas comerciales cedieron en esta ocasión, con cobardía, a la presión pública.
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El desfile es una celebración a la puertorriqueñidad. Oscar López estuvo preso por 36 años por actos, repudiables o no, que tuvieron que ver con el amor a su patria.
Tratar de debilitar el desfile es tratar de quitarles a millones de puertorriqueños un importante espacio de reafirmación nacional y orgullo patrio, y los que hacen eso tampoco merecen auspicio.