Estructuras de hormigón vacías se colaban entre la vegetación agrupada en el casco de Río Piedras, formando el espacio para el recinto universitario más grande de la isla.
Allí estaban las mismas facultades, el Museo, la Biblioteca Lázaro, el Centro de Estudiantes y la Torre, con la particularidad de que esta vez las observaba detenidamente desde el otro lado del portón.
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Fue en el undécimo día de la huelga sistémica —pero el decimoctavo del recinto paralizado—, cuando entré por uno de los portones y pasé allí parte de la mañana. Calles desiertas, banquitos desocupados e interiores despoblados se percibían en el perímetro del campus.
Me dirigí al Centro de Estudiantes, pues allí conversaría con una de las portavoces del Movimiento Estudiantil. En los días que llevan paralizados, el centro no ha cambiado su propósito, pues sirve de encuentro para los pocos cuerpos vivos que caminan por el recinto —en comparación con un día normal de clases— mientras un letrero que expresa “comité central de comida” daba el preámbulo de que aún se pueden encontrar allí alimentos. Pilas de provisiones no perecederas, todas donadas, se agrupan en una de las paredes del interior del edificio.
De allí partí en un recorrido por varias áreas, como la Plaza de los Vientos en Ciencias Sociales, los pasillos de Administración y la Facultad de Humanidades, pero el ambiente era similar, con un distinguido olor a vegetación y decenas de casetas de acampar distribuidas por el campus.
Aunque era un día “normal” de la huelga, el ensordecedor silencio que se sentía en el recinto era interrumpido en ocasiones por las campanadas de la Torre y los mensajes en las paredes que cuestionaban: “¿Cuánto más nos van a recortar?”.
Fotos por Dennis A. Jones:
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