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Lo que era una casona abandonada en el corazón de Santurce será el escenario donde niños y adultos toquen o entonen sus primeras melodías.
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Y es que, como un ejemplo vivo de que no hay nada imposible, un trío de hermanas restauró una casa, que sirvió de punto de encuentro para las damas cívicas en la década de los 60 y que estaba abandonada, y la convirtió en la Escuela Puertorriqueña para la Música (lo que era Kids & Musik), que impacta a unas 300 familias.
Rosaly, Lynette y Cynthia Cartagena descubrieron su pasión por el arte de la música a temprana edad gracias a su padre.
“Somos músicas desde los nueve años. Cynthia toca flauta; Rosaly piano, y yo violín. Mi papá es el que nos introdujo al mundo de la música. Ya de adultas decidimos certificarnos en lo que es el método Suzuki y comenzamos a dar clases en mi casa. Cuando vimos que seguían llegando los niñitos, decidimos alquilar un local en la calle del Parque. Es entonces que, 13 años después, ese espacio se nos quedó pequeño y decidimos adquirir esta propiedad”, contó Lynette, quien detalló que también imparte clases para adultos.
Esta, quien también es miembro de la sección de los primeros violines de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, relató que, a pesar del deterioro de la casona, quedaron prendadas con el gran árbol que tiene en frente porque “siempre quisimos un lugar así, donde los niños pudieran salir y jugar”.
Para las hermanas lo más importante es transmitir el amor por la música y que la enseñanza que los niños reciban la lleven consigo para toda la vida.
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“Para nosotras es bien importante que los niños que pasen por aquí se puedan ir con un amor y una apreciación por la música. Hay niños que pueden estar desde los cuatro años hasta los 18 años. Igualmente, hay niños que han tenido inconvenientes y no pueden continuar con la música, pero son niños que después te los encuentras y los papás te dicen cómo ellos todavía aprecian la música. Para nosotros eso es lo más importante”, relató Cynthia, quien también es profesora en el Conservatorio de Música de Puerto Rico, donde desarrolla el conjunto de flauta.
Asimismo, Rosaly expresó que a lo largo de los años han visto cómo “llegan muchos niños con distintas condiciones y a través de la música se tranquilizan y pueden lograr concentración. Le sirve como apaciguante y les ayuda con la disciplina.
“Yo tengo un pianista que se llama Brian Ojeda. Él comenzó desde los cuatro años. Su papá lo introdujo al mundo de la música porque estaba enfrentando problemas en cuanto al habla y tenía otros rezagos, y le recomendaron las clases de piano. Ahora está en la universidad y fue seleccionado para tocar con la sinfónica. El progreso fue dramático. Se vio la diferencia en cuanto a sus destrezas. Se ha destacado en muchas competencias”, detalló Rosaly, quien cuenta con un doctorado en Psicología.