El alcalde de Canóvanas, José “Chemo” Soto, acaba de renunciar para que su hija Lornna asuma la alcaldía de esa ciudad. No es la primera vez que sucesiones como esta se dan en nuestro país y, lamentablemente, se repetirán en el futuro. Y es que en Puerto Rico se ha vuelto una mala costumbre el que un hijo suceda a un padre en una posición de poder, como lo es una alcaldía, ya sea con méritos propios o sin ellos. Ahí están también los casos de los Ramón Luis Rivera en Bayamón, los Willie Miranda en Caguas, los José Aponte en Carolina. Como ven, este privilegio familiar ya no es privativo de países exóticos o dictatoriales.
Sin embargo, esta manifestación de poder que aglutinan algunas castas en la política puertorriqueña no sucede únicamente a nivel municipal. Nuestra historia está repleta de determinados apellidos políticos que lograron estar en una papeleta o eventualmente alcanzar un triunfo electoral debido a la enorme ventaja y poder que otorga el ser hijo o hija de fulano o fulana de tal. ¿Cómo explicarse el que Victoria “Melo” Muñoz llegase a ser senadora y luego candidata a la gobernación si no es porque era hija de Luis Muñoz Marín y nieta de Muñoz Rivera? ¿Tiene alguien duda de que, si el apellido de Ricardo fuera otro en lugar de Rosselló, alguno lo escucharía? Pero pocas dinastías familiares han sabido aprovechar tanto la endogamia política en un partido que el clan de Hernández Colón y su progenie. La influencia de los hijos en el PPD es por razón del padre; sin hablar que el pequeño de la camada ostenta un puesto gubernamental sin contar con los méritos o credenciales necesarias para la posición.
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Podría seguir ampliando el círculo familiar a yernos, cuñados, nueras, parejas, primos, hermanos que han llegado a puesto políticos o gubernamentales por ser parte de una claque familiar —ni hablar de los matrimonios Acevedo Gándara y Arrarás López— y todo porque el sistema electoral y la ley de municipios permiten este tipo de sucesión, que han sido avaladas por los tribunales.
Sin embargo, además de que el sistema propende a que estas cosas sucedan, lo cierto es que gran parte de la responsabilidad le corresponde al electorado, pues todos sabemos que en nuestra política siempre se ha impuesto, como dijo Juan Dalmau durante la campaña electoral del año 2012, “la mala costumbre de votar por costumbre”, y esta costumbre hay que romperla. Costará trabajo romper con esta costumbre, pues el país ya ha hecho el hábito de perpetuar sucesiones, las sucesiones familiares y las sucesiones partidistas. No podemos perder de vista que nuestra historia está manchada por la dinastía rojiazul que se han entronizado en el Palacio de Santa Catalina, la Legislatura y los ayuntamientos de la Isla.
Lejos de ser un país dominado por monarquías en todas las esferas, debemos aspirar a arrancar de la cultura política de la Isla tan malsana práctica que atenta contra un sistema electoral ajustado al siglo XXI.