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A mí me gusta estar descalza: un homenaje a las mujeres Beltrán

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“Una mujer se puede conocer por sus zapatos”. Cuando escuché esas palabras tenía unos siete años y estaba dentro de una zapatería en el sur de América, en Argentina. Automáticamente, bajé la mirada y observé mis zapatitos blancos de charol, tipo princesa. Era la primera vez que realmente les prestaba atención a mis zapatos. Desencantada, subí la mirada  y me encontré con la de mi mamá que, en éxtasis de ternura, me dijo: “Viste, sos una princesa”. Recuerdo que me sentí erróneamente clasificada y, desde ahí, simplemente opté por no calzar zapatos el mayor tiempo posible, especialmente porque sentía que ningún tipo de calzado hablaba por mí mejor que mis propios pies.

Esta aventura de estar calzada fue un tormento para las tres mujeres con las que crecí. Empezando por mi abuela Elena. “Natasha, ¿qué va a pensar la gente si no tienes zapatos”. Ahora la entiendo. Para ella, los zapatos son símbolo de belleza y estirpe. Dentro de la casa. alpargatas negras manchadas de Clorox; afuera, zapatos negros de taco bajo clásicos y pudorosos.

Para mi abuela, los zapatos son imagen de su hija, mi madre, Clyde. Los zapatos son protección. “Naty, cuántas veces te tengo que decir que te podés lastimar, que hay que  cuidarse”.  La escuchaba en la lejanía y seguía creyendo en mi capacidad de mirar al suelo. Hoy la entiendo. Para mi madre, los zapatos siempre fueron un regalo. Tiene solo los que necesita, pero los que tiene son realmente especiales.

En especial, sus botas de invierno, atadas hasta la espinilla, como una especie de armadura para salir al encuentro con el suelo exterior.

La tercera mujer con la que crecí, mi tía Viviana, nunca ha dejado de sorprenderse de mi capacidad de estar descalza. En especial, porque para sus pies es muy doloroso pisar sin suela artificial. “Cómo puedes caminar encima de esas piedras sin zapatos. Tienes suela de indio”. Hoy la comprendo. Para ella, los zapatos son comodidad. Irónicamente, prefiere tacos altos y sensuales a la hora de salir, mientras que en la casa sus pantuflas son clásicas.

Desde aquel día que los descubrí, mis zapatos son más que un accesorio importante en mi vida, son una elección social. En ocasiones, representan una imagen; en otras, protección, y, en algunas especiales, solo para tener la comodidad de ver el mundo desde la altura. Sea el par que fuere, ninguno puede definirme completamente como mujer, pero sí invitar a los demás a imaginarme descalza.

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