Por: Luz Lancheros
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De 1960 a 1963, la mayoría de mujeres de a pie aspiraban a la sofisticación como valor aspiracional. Ellas eran las que querían la elegancia, las que debían acercarse a la moda. Y quién mejor para encarnar todas esas aspiraciones que una mujer casi en sus mismas condiciones: Jacqueline Kennedy, que encarnaba esos valores europeos con los que querían identificarse muchas amas de casa. Ella era el glamour que le dio el estatus de leyenda a la presidencia de John F. Kennedy. Se podía equiparar, en ese entonces, a mujeres como Grace de Mónaco o la reina Isabel. Eran otros días, los de esplendor y la rígida perfección como arma comunicativa. De sonrisas impostadas y vestidos hechos para la foto oficial.
Casi medio siglo después, Michelle Obama lo ha cambiaba todo. Lo ha hecho evocando el mismo poderío, pero sobre todo, acercándose a una mujer que no solo puede posar, sino que quiere apoderarse del mundo. Ahora la moda debe acercarse e identificarse con ella.
Porque Michelle –quien celebra hoy su cumpleaños número 53– entendió, a través de la sencillez y la versatilidad, que la mujer era más que un florero y también trabajaba. Tanto de jeans, como de vestido de ama de casa de Medio Oeste o enfundada en un Carolina Herrera, ha sabido adaptar su estilo de madre trabajadora a las diversas causas y públicos a los que se dirigió en ocho años de mandato de su marido. Y todo se lo debe, en gran parte, a alguien que ha sabido lo que ella quiere proyectar: su estilista Meredith Koop.
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Adaptando el vestido, adaptando el mensaje
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Meredith Koop ha estado junto a la primera dama saliente desde 2009. Comenzó su carrera como socia de ventas en la boutique Ikram. Ahí conoció a Michelle, desde que era esposa del senador Obama. Gracias a ella ha lucido en grandes eventos a diseñadores representativos de la industria de moda estadounidense, como Ralph Lauren, Oscar de la Renta, Carolina Herrera, Michael Kors, Narciso Rodríguez, Joseph Altuzarra y Naeem Kham, entre otros. También ha usado marcas un poco más accesibles, como J. Crew y Ann Taylor. De esta manera, ayudó a Obama a salirse del rol impuesto por Jacqueline Kennedy y Nancy Reagan, con su formalismo en sastre, al usar colores, vestidos que cualquier otra usaría y al tomar decisiones arriesgadas y nunca repetirse.
De hecho, esto es lo que más le ha gustado a la Primera Dama: que ella sabe que la moda es un mensaje. De esta manera, Meredith ha contribuido a que ella haya sabido apreciar a los creadores de cada país al que ha hecho una visita de Estado. Para Tokio usó Kenzo y para Londres usó Christopher Kane, por ejemplo, de tal manera que se respetase la tradición de moda de cada país. Esto lo hizo también en el suyo, al vestir de diseñadores latinos y de estudiantes, para impulsar talentos y mandar un mensaje de unidad.
Todo esto le ha granjeado un valor que cualquier político desearía: la empatía. Nunca ha sido criticada, como otras mujeres en su posición, de despilfarrar el erario público en vestidos alejados de la realidad de las mujeres estadounidenses. De hecho, ella misma los paga. Y también ha sido cercana a la moda, al ser la Primera Dama en ejercicio en salir en la revista “Vogue” y de estar más que nunca cercana a una industria tan importante en su país. Y su labor es reflejada no solo en su viralidad o popularidad, sino en algo tan efímero como el trendsetting: de hecho, su vestido de Narciso Rodríguez para el discurso de su marido en el Estado de la Unión se agotó, así hubiese costado 2095 dólares.
¿Podrá su sucesor o sucesora seguir sus pasos? Es muy temprano para saberlo. Pero Michelle Obama pasará a la historia de la moda política como una mujer que supo combinar la moda más allá de su glamour y darle el poder y la fuerza que no tuvo en años.