Hay palabras que, como nos dice Di Perle, “tienen el singular capricho de tender a significar lo contrario de lo que en un comienzo expresaban”. Es curiosa la lengua, muy curiosa. Fíjese usted que “cliente”, de acuerdo con este autor, era en Roma, el que obedece, el servidor. ¿Ahora? Nada que ver, y encima, siempre tiene la razón.
Pero esa no es la única, observe esta: “invitar”, “empezó por querer decir hacer violencia”, pero ya desde los tiempos de Cicerón se adoptó su significado actual, que es, bueno, bastante diferente. La palabra “maduro” es otra de esas inquietas. Hoy maduro es aquello que está en su sazón. Y si se refiere a la persona, pues, que es prudente y juicioso. Pero “maduro”, del latín “maturus”, fue en su origen “matinal”, “temprano” (o dicho de otra forma, inmaduro). “Lívido” pasó de algo que tira a morado o purpúreo, a algo intensamente pálido. Y es que, mi adorado METRO LECTOR, la lengua es cambio. Todo en ella es pura ebullición. Para nada piense que los cambios de significado pertenecen a otras épocas. No no no. Sendos, por ejemplo, es un magnífico ejemplo.
Hay otra para mí muy interesante. Su significado en el diccionario es valiente, gallardo, generoso y espléndido. No obstante, el uso bastante común ahora, quizás por influencia del francés y del inglés, nos remite a algo raro, extravagante, excéntrico… ¿Sabe cuál es esa? “Bizarro”. ¿Bizarro, no?