Recibir un diagnóstico de cáncer nunca es fácil. Es el último escenario que una persona imaginaría para sí misma. Sin embargo, ahí estás, sentada en la oficina de tu médico escuchando la noticia que te cae como un balde de agua fría: tienes cáncer.
Los pensamientos llegan sin que te des cuenta. ¿Moriré? Creo que ese es el primero. ¿Quién se encargará de mis hijos; de mis padres? Las imágenes mentales no se hacen esperar: las cosas que se “quedaron” pendientes, el viaje que no se hizo, miedos que ahora, ante la consciencia de la muerte, parecen insignificantes. Las preguntas brotan como agua de una fuente: ¿cómo lo digo? ¿Cómo sufragaré los gastos? ¿A qué médicos debo ir? ¿Perderé los senos? ¿Necesitaré quimio? ¿Se me caerá el pelo? Piensas en la graduación o en la boda en la que no estarás, en el hijo que no verás crecer o nieto o sobrino que no conocerás. Específicamente con el cáncer de mama, llega la pregunta: cómo será la vida sin uno o ambos senos. ¿Seré atractiva para mi pareja? ¿Me mirará con amor, con pasión, con lástima? Es un torrente de preguntas, de adelantarse de manera trágica a un futuro que no conocemos y al que le tememos. Es la reacción inicial, normal, ante una situación para la que nunca nos preparamos porque ¿quién quiere visualizarse en semejante posición? Es el miedo a lo desconocido, la incertidumbre que llega con el diagnóstico.
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El miedo es una emoción normal de supervivencia. Es lo que nos ayuda a prepararnos bien ante un examen, a alimentarnos y a ejercitarnos para no engordar, a hacernos pruebas de cernimiento periódicas para prevenir enfermedades o a caminar más rapidito en lugares que nos parecen peligrosos. Es decir, una dosis de miedo nos ayuda a sobrevivir. Así que, ante un diagnóstico de cáncer, tener un poquito de miedo nos ayuda a movilizarnos: a buscar los servicios que necesitamos, a preguntar, a adherirnos al tratamiento, a perseverar.
Mucho miedo, sin embargo, nos paraliza. No sabemos por dónde comenzar (y por eso a veces no empezamos) o a sabotear el proceso porque “de cualquier forma me voy a morir”. ¡No! Eso no lo sabemos; lo único que tenemos cierto es que mientras más fieles seamos al tratamiento, mejores posibilidades de éxito tendremos. Y en el caso, seamos realistas, puede pasar, en el caso de que no haya nada que hacer ¡nos queda vivir intensamente por el tiempo que vivamos! ¿Qué es lo peor que puede pasar si lo “peor” va a pasar? ¡Tírate en paracaídas!, baila bajo la lluvia, ¡vive!, quizá por primera vez en la vida.
No estoy escribiendo en vano. Sé de lo que escribo porque escribo desde la experiencia de haber sobrevivido al cáncer. Conozco de primera mano los miedos que siente y vive un paciente de cáncer. Pero, como psicóloga, también conozco el poder de los pensamientos sobre nuestro comportamiento. Por ejemplo, si pienso, como escribí previamente, que “de cualquier forma voy a morir”, me sentiré triste y por lo tanto, no iré. No iré aun sin saber si sobreviviré, queriendo vivir, pero asumiendo que no viviré. Y a lo mejor la prognosis era buena, pero al no asistir a las terapias damos paso a lo que en psicología llamamos la profecía autocumplida: si pienso que me irá mal, en efecto, me irá mal debido a las acciones que no tomé. Pero esa parte no la vemos y eso es otro error de pensamiento: nos enfocamos en la parte negativa de un suceso. Sí, es una mala noticia, pero ¿qué cosas buenas puedo sacar de la experiencia? ¿Más fe? ¿Más optimismo? ¿Más unión familiar? ¿Autodescubrimiento? Suena trillado, pero realmente, en mi caso, no supe lo fuerte y valiente que era hasta que ser fuerte y valiente fue la única opción: o me enfrentaba a la situación con la mejor actitud posible (¡y te juro que lo hice!) o me dejaba caer. Dejarme caer no estaba entre mis alternativas. Tenía dos hijos en la escuela y una universitaria embarazada (¡mi primer nieto!) y deseaba vivir para ellos (también tuve mis imágenes mentales) y en el “peor” de los casos, quería dejarles un ejemplo de lucha.
Escribo “peor” así, entre comillas, porque lo peor es vivir sin vivir. Muchos pacientes que he recibido entienden que recibir el diagnóstico los despertó y los llevó a vivir una vida más intensa, valorando más otras cosas que antes pasaban por alto o daban por sentado, como la familia, la amistad, y, sobre todo, la salud. Así que ¿qué es lo “peor” para ti?
Para ir resumiendo: no podemos tener control sobre todo lo que nos pasa, pero sí sobre cómo nos enfrentamos a lo que nos sucede. Tú decides si te quedas con el limón o haces una limonada. Decides a través de los pensamientos a los que te aferras: si son negativos, probablemente no te vaya tan bien como si te decantas por los positivos, independientemente del resultado.
Consejos para mantener una actitud positiva:
- Enfócate en el presente; es lo único que tienes y es lo único que controlas. El pasado quedó atrás y el futuro ¿quién lo sabe? Utiliza los cinco sentidos para mantenerte en el aquí y en el ahora.
- Identifica tus pensamientos negativos y cuestiónalos, busca si tienes evidencia que los sostenga (sé la fiscal de tu mente).
- Además de ver la parte negativa (no podemos ignorarla, pues hay mucho aprendizaje en ella), trata de ver el lado positivo de la situación. Recuerda que después de cada punto final, empieza una nueva oración, un nuevo capítulo o incluso ¡un nuevo libro!
- Mira los acontecimientos en su justa dimensión: no los magnifiques. Si te dijeron que estás en la etapa dos, estás en la etapa dos. No sobreanalices ni des paso a pensamientos de “y si…”.
- No te compares. Cada caso es único. Tu historia no tiene que ser la de la vecina o familiar.
- Cuando tengas ganas de llorar, llora; necesitas dejar salir tu tristeza. Sin embargo, experimenta con la acción contraria: cuando tengas ganas de llorar ríe con todas las fuerzas de tu ser. Verás lo que pasa.
- Si sientes que no puedes lidiar con la situación tú sola, no dudes en buscar ayuda de un profesional de la salud mental. No te juzgues ni te califiques negativamente por necesitar hablar sobre tus preocupaciones, muy válidas para ti, después de todo es tu sopa y solo tú sabes lo que hay en ella. Te abrazo fuerte y te deseo paz, fortaleza y sabiduría.