¿Error? No. La lengua y con ella sus palabras cambian, y cRocodilo es un buen ejemplo. Para los incrédulos, tengo aquí, a mi ladito, el primer diccionario que publicó la academia en 1726. Recoge, claritito claritito, la palabra CROCODILO. ¿No me cree? Confíe en mí, y lea hasta el final, que se va a caer de cu… clillas. Vamos pa‘encima… (la f, léala como s, a menos que, en efecto, sea f. La x, léala como j). La definición de 1726 es: “Animal de quatro pies, amphibio, porque vive en el agua y en la tierra. Cria∫e en el río Nilo y en otros de la América. Para ofender e∫tá armado de uñas y dientes, los quales tiene por orden como puas de peine, que encaxan unos en otros: el cuero es tan recio, que re∫i∫te à qualquier golpe. Entre todos los animales de la tierra es el único que carece del u∫o de la lengua: y también tiene la ∫ingularidad de imprimir la mordedura con la mexilla ∫uperior, que es movible. (…) Algunos e∫criben Cocodrilo; pero es contra la práctica de los más ∫electos Autores y Vocabularios (…)”.
Ya ve, hace 288 años los Grandes Académicos condenaron al cocodrilo a mejor vida. ¿Qué pasó? Que la lengua es de la gente no de los más selectos autores ni de las Irreales Academias. Mi querido y amable Metro Lector, el fenómeno de cambio se conoce como metátesis de larga distancia. En este caso, los hablantes cambiaron croco por coco y movieron la molestosa R justo después de la D -DRILO. Cocodrilo es, y sanseacabó.