Estilo de Vida

Opinión de Wilson Santiago: Viajar en tiempos de pandemia

Lea la columna de Wilson Santiago del blog "Mochileando"

Cuando la pandemia del COVID-19 irrumpió en el escenario mundial a principios de 2020 el miedo nos invadió. Inmediatamente, todo lo relacionado a los viajes fue el foco de los ataques más virulentos en las redes y la razón identificada como culpable. Esto no es algo nuevo. Siempre que la humanidad se enfrenta a nuevas amenazas, los miedos impulsan a identificar culpables, aun cuando los datos que tenemos no lo digan así o la información incompleta no nos permita llegar a esas conclusiones en un análisis serio.

Durante los pasados meses hemos sido testigos de lo que parece ser una guerra mediática no declarada entre los turistas y viajeros y los que no lo son. Como científico con doctorado y, antes que viajero, hay un principio que tengo siempre en mente al momento de contestar preguntas sobre el mercado de viajes en medio de la pandemia: la ciencia no se puede enseñar a regañadientes ni desde el elitismo intelectual ni utilizando el miedo como estrategia. La educación científica tiene que brindarle esperanza a las personas a cambio de lograr el compromiso que se está buscando con sus acciones.

Otro de los pilares de la metodología científica es el deber de planificar sobre realidades y no sobre imaginarios. Por ejemplo, un sector de la población le ha solicitado al gobierno que cierre el aeropuerto o limite la entrada de pasajeros a la isla. Sin ánimos de cuestionar la buena fe y sincera preocupación de ellos, la realidad es que, dado a su condición territorial, Puerto Rico carece del nivel de autonomía que tienen países como Australia o Nueva Zelanda para manejar temas migratorios y la entrada de personas al país. Los reclamos para cerrar el aeropuerto, por lo tanto, más allá de ser irreales, fueron, y continúan siendo, una demanda ineficiente, y hasta cierto punto, demagógica, que afecta la planificación y el manejo adecuado de la crisis.

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Si en vez de enfocarnos en luchas inútiles hubiéramos implementado medidas como el desarrollo de un plan robusto de rastreo, tener pruebas disponibles, exigir a todos los viajeros pruebas negativas (como lo hicieron otras jurisdicciones), establecer cuarentenas compulsorias y multas para aquellos que no tuvieran sus pruebas y un plan de seguimiento para los viajeros, los resultados hoy serían más alentadores.

Hay una realidad, hay personas que por distintas razones tienen que viajar. Desde tratamientos médicos, trabajo, situaciones familiares hasta personas que afectadas emocionalmente por esta crisis necesitan un respiro en otro lugar. Japón, por ejemplo, tuvo más suicidios el pasado octubre que todas las muertas que ha tenido por el COVID-19 en todo el 2020. Esto nos da una idea de las ramificaciones y los efectos que pudiese tener la pandemia sobre la salud emocional. No todo el mundo que se monta en un avión lo hace porque va de fiesta a Las Vegas. Estar juzgando a las personas que viajan de una manera simplona, no es correcto.

La crisis que estamos viviendo ha llevado a muchos a simplemente oponerse por oponerse a cualquier cosa que no les permita controlar la vida de los demás. Esos, aun cuando volvamos a la nueva normalidad, seguirán por muchos años más juzgando a cualquiera que viaje. Ignorando las realidades que muchos compatriotas tienen que vivir. A eso le llamamos travel shaming o la vergüenza de viajar.

El travel shaming no ayuda en lo absoluto a minimizar riesgos. Estudios científicos recientes han concluido que si siguen las recomendaciones del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), se puede minimizar el riesgo de contagio en los aviones, incluso a niveles mucho más bajos que actividades que hacemos a diario.

Lo ideal sería no viajar y no salir de nuestras casas de no ser necesario; sin embargo, desde el momento que salimos de ella a hacer cualquier actividad, o dejamos entrar a alguien, estamos potenciando el riesgo. Nos toca educar para minimizarlos. Muchos no viajarán, pero muchos sí lo harán. Así lo demuestra el número de pasajeros que ha estado en constante crecimiento en los últimos meses. Tenemos dos opciones: seguir negando esa realidad o enfrentarla con ciencia y minimizar riesgos.

Demonizar los “viajes” ha llegado a tal extremo, que hace muy poco leí a un seguidor decir que el único riesgo de contagio era en el avión. Esta creencia es muy peligrosa, porque crea una falsa sensación a las personas al pensar que no tienen riesgos de contagio en las actividades cotidianas que hacen y solamente si deciden viajar. Haciendo que bajen la guardia.

Es nuestra responsabilidad hacerle saber a las personas cuáles son las medidas de prevención y que si vas a viajar, lo importante es que tomes todas las medidas necesarias antes, durante y luego del viaje para evitar posibles contagios. No hablarle de medidas de prevención en los viajes y seguir insistiendo en soluciones irreales, es permitir que aumente el riesgo.

El miedo, la vergüenza y los estigmas nunca serán una solución científica. Combatir el COVID-19 nunca debió ser una guerra entre los que viajan y los que no. La ciencia y el mercado de viajes necesitan sincronía para llevar el mensaje correcto, no antagonismos innecesarios que solo potencian el riesgo de la gente, que es al final lo más importante en esta ecuación.

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