Los “accidentes” en lengua oral informal (y formal también), ocurren todo el tiempo porque los hablantes, pues, no paran de hablar. Y en ese intercambio añadimos sonidos, los eliminamos, rompemos hiatos, nos tragamos sílabas completas (sin atragantarnos), cambiamos sonidos de lugar, tomamos prestado palabras de otras lenguas, y toda suerte de malabares lingüísticos que, casi nunca, impiden la comunicación. Nos entendemos.
Por escrito, en cambio, siempre podemos borrar, dar delete, corregir, y nadie se entera del ¿traspiés lingual? En lengua oral, lo que salió, salió y ya, no hay remedio. Puede excusarse, refrasear, explicarse pero lo dicho, dicho está. Nos pasa a todos. Metemos la pata con la lengua. También sucede que articulamos exactamente lo que queremos decirle a esa persona pero, por hache o por erre, nuestro interlocutor “oye otra cosa”. Esta situación es un poquito más peligrosa por razones obvias.
PUBLICIDAD
Nada, que no tenemos control de lo que el otro escucha. ¿Por qué? Son muchas las razones: sus oídos están tapados, la rapidez con que hablamos, que hablamos muy bajito, el ruido en el ambiente, la distancia, si es por teléfono, si la batería del hearing aid está flojita, o sencillamente porque hay quienes oyen lo que les conviene. Mire, basta añadir una vocal (prótesis de e) y cambiar de posición un sonidito (metátesis de r) para que el significado se convierta en algo que todos necesitamos escuchar. Fíjese:
– ¿Cómo es se llama ese palo con cuerdas que usan los gimnastas?
– Trapecio.
– ¡Yo también [taprecio]. Feliz Metro jueves mi querido lector.