Nueva York – Damiana Reyes ha vuelto a su trabajo en una peluquería de Manhattan, donde hace tintes, cortes, peinados y extensiones. Sin embargo, esta dominicana piensa a menudo en su padre, con el que vivía antes de que éste sucumbiera al coronavirus a los 76 años.
“Todos mis clientes me preguntan por él, siempre tengo el tema de él, todos los días. Y luego vuelvo a casa y la gente en el barrio me pregunta dónde está. Es un recuerdo constante. Es muy duro”, dice Reyes, quien cree que su padre se enfermó mientras jugaba a las cartas o al dominó en un centro recreativo para personas mayores.
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La pandemia ha cambiado la vida de Reyes y de muchos que viven en Corona, un barrio hispano de Queens, en Nueva York, que fue uno de los lugares más golpeados por el virus en el mundo.
A pesar de que la música tropical sale de tiendas y comercios que reabrieron recientemente y hay gente que se sienta a comer en las mesas que algunos restaurantes colocaron en la calle, el latigazo socioeconómico y emocional del COVID-19 aún se vislumbra.
Filas de gente para obtener una bolsa de comida gratis cubren la Avenida 39. Están llenas sobretodo de hombres hispanos que perdieron empleos en las cocinas de restaurantes, en la construcción o haciendo repartos cuando la ciudad inició la cuarentena en marzo.
Las persianas de metal son lo único que se ve en pequeños negocios que han cerrado de forma permanente. Y mucha gente aquí lleva semanas sin pagar el alquiler, dijo Pedro Rodríguez, director ejecutivo de La Jornada, un centro que reparte comida para gente que no la tiene.
“Hemos pasado de 20 ó 30 nuevos clientes por semana a miles en los últimos tres meses”, dijo Rodríguez, cuyo centro está en el barrio de Flushing pero recientemente abrió otro en Corona para repartir entre 700 y 1.000 comidas una vez por semana.
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“Las llamadas que hemos recibido durante el último mes pidiendo comida vienen de Corona”, dijo. “Antes de la pandemia, veíamos a muchos ancianos. Ahora vemos a gente de 20 años, de 30 años. Es dramático”.
Es pura coincidencia que el barrio, donde han muerto más de 440 personas se llame igual que el coronavirus. Sin embargo no es coincidencia que el virus escogiera a Corona y otros barrios de la ciudad para encontrar a sus víctimas.
Datos municipales muestran que las zonas con inmigrantes pobres o afroamericanos sufrieron más el golpe del virus que las secciones de la ciudad donde viven blancos y neoyorquinos con recursos. Funcionarios del departamento de salud atribuyen esto en parte al hacinamiento con el que viven familias trabajadoras que comparten apartamento.
Corona registra el mayor porcentaje de residentes extranjeros en la ciudad (60%) y el norte del barrio se encuentra en un distrito con la mayor cantidad de inmigrantes en Nueva York no autorizados para residir en el país, según datos del censo. Es por eso que muchos aquí tienen empleos informales, no cuentan con seguro de salud y no pueden solicitar ayuda de emergencia del gobierno federal.
Cada día, migrantes de México, Ecuador, Guatemala o Colombia empiezan a hacer fila al mediodía para obtener la comida que reparte el grupo Alianza Ecuatoriana Internacional.
Eduardo Macancela, un inmigrante ecuatoriano de 60 años, es uno de los primeros.
“He vendido todo lo que tenía, las cadenas, muebles, todo”, dijo Macancela, quien trabajó en una zapatería de un barrio cercano, Forrest Hills, durante más de 20 años. La tienda cerró sus puertas, dejándole sin trabajo. Lleva semanas sin pagar el alquiler y asegura que su casero ya le empieza a presionar.
“¿Quién me va a contratar a los 60 años?”, preguntó con frustración. “Quiero regresar a Ecuador. Tengo tres hijos allí”.
Un caluroso día de julio, familias con carritos de bebés paseaban por Corona, parando frente a puestos de tacos o tamales. En los escaparates de las tiendas, pequeñas estatuas de la Virgen de Guadalupe eran expuestas junto a tapabocas y jabón de manos. Un cartel anunciaba a una curandera junto a las palabras “limpias y amarres, encuentro tu amor ideal, no esperes”.
Y el restaurante ecuatoriano Vasija de Barro, en la Roosevelt Avenue, anunciaba su cierre permanente “debido al coronavirus”.
Según el Migration Policy Institute, el nivel de desempleo entre los hispanos nacidos en el extranjero se ha disparado en Estados Unidos, pasando de un 4,4% en febrero a un 13,5% en junio.
En Nueva York, la ciudad se unió con la Open Society Foundations para ofrecer 20 millones de dólares en ayuda de emergencia a trabajadores inmigrantes, independientemente de su estatus migratorio.
Grupos sin ánimo de lucro distribuyeron la ayuda. Sin embargo, la asambleista Catalina Cruz, que representa a Corona y a los barrios vecinos de Jackson Heights y Elmhurst, opina que la distribución de ese dinero fue “horrible” y la ayuda llegó tarde.
Cruz explicó que la pandemia agravó problemas existentes en Corona y que muchos residentes ya tenían enfermedades o condiciones previas que les costaba controlar debido a la falta de acceso a cuidado médico.
“Esta es una comunidad que ya había sufrido años de negligencia por parte de nuestros funcionarios locales”, explicó. “Esta es una comunidad en que la gente dependía de trabajo diario así que si no trabajas, no comes y no pagas la renta y a menudo las rentas eran tan exorbitantemente altas que tenías a dos, tres familias viviendo juntas en un espacio pequeño”.
La comisionada de la ciudad para los Asuntos del Inmigrante, Bitta Mostofi, describió los 20 millones en ayuda para inmigrantes como un esfuerzo importante que ha otorgado “un poco de alivio” a familias que quedaron fuera de la ayuda federal.
Aún así, Mostofi dijo que el dinero no es suficiente: ayuda a más de 20.000 familias pero la ciudad tiene más de 300.000 trabajadores inmigrantes sin estatus legal, dijo.
“Realmente creíamos y creemos que el gobierno estatal y federal necesitan actuar mucho más para solucionar este problema”, indicó.
Mientras tanto, Reyes, la peluquera dominicana, planea ir a recoger las cenizas de su padre. Tiene previsto también trasladarse a otro barrio no sólo para estar más cerca del trabajo sino para ir a algún lugar que no le recuerde de forma constante que su padre falleció.