¿Alguna vez has sentido que tus “amigos” te abandonan cuando pierdes el trabajo o te estás divorciando? ¿Has sentido que es el fin del mundo cuando terminas una relación laboral de más de una década? Si lo permitimos, nuestra actitud mental nos ayuda, casi de inmediato, comenzar a sentir los beneficios de esas experiencias negativas. Es precisamente cuando te das cuenta de que hay algo que por años nunca vimos en el libro El árbol que da.
Si nunca has leído la historia, se trata de un niño que ama un árbol. A medida que crece, lo visita continuamente. Toma sus manzanas y las vende, le quita las ramas para construir una casa y le corta el tronco para construir un barco y navegar. Al final, el árbol no tiene nada que dar. En ocasiones, esas amistades “maravillosas” o ese trabajo “fabuloso” que perdemos resultan ser como el niño que dejó el árbol tuco. Son relaciones basadas en lo que pueden “tomar de nosotros” y nunca en “dar”. Por eso, celebramos cuando nos abandonan, pues ya no tenemos que exponernos a personas egoístas y sin nada genuino que ofrecer.
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En las relaciones laborales y personales, el autosacrificio no es sostenible ni saludable. Los datos siempre validan que las personas que continuamente se preocupan por los demás y se descuidan a sí mismas son más propensas a sentirse ansiosas y tristes. El autosacrificio es un factor de riesgo para el agotamiento y la disminución de la productividad.
La generosidad es un gran booster. Si embargo, la generosidad no se trata de sacrificarse siempre por los demás, sino de apoyar a otros sin hacerse daño. No se trata de dar a los que solo toman, sino de dar a aquellos que lo valoran. No se trata de dejar todo en cualquier momento que alguien nos necesite, sino de priorizar nuestras necesidades junto con las de los demás. En fin, es no permitir que otras personas saqueen nuestro tiempo, energía, sino, sencillamente, reconocer y evitar relaciones unilaterales.
El libro El árbol que da es fabuloso, pues nos permite conversar sobre qué son un comportamiento y una relación saludables. Ni el niño ni el árbol son buenos modelos para seguir, y sirven un propósito para nosotros, nuestros hijos, compañeros de trabajo y amigos. La vida es nuestro día a día, y el camino que recorremos no es solo sobre los resultados que obtenemos. Evitemos el masoquistas; erradiquemos compararnos con otros. No suframos por aquellos que nos abandonan. Apreciemos esas enseñanzas y a los que se quedan. Vivamos confiados en que no necesitamos una medalla de oro para ser felices. Ni la de plata ni la de bronce o ninguna medalla perfectamente nos pueden brindar armonía y felicidad.