La rumana Julia (como solían llamarla sus clientes) comenzó como prostituta pasados los 20 años y durante 10 años llevó a su cuarto de 10 a 12 hombres por noche.
Primero en la calle, después en casas particulares, burdeles y bares en Suiza, Francia, Grecia y finalmente Alemania, Julia vendió el cuerpo hasta marzo de este año. “El cliente me dio 100 euros por la hora, todo normal, y ahí se acabó.”
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Fue su último cliente, su último día como profesional del sexo, el último dominado por el miedo constante de no conseguir lo suficiente para pagar la diaria de 130 euros de la habitación en el burdel en que trabajaba y vivía. Cada noche, tanto si estaba enferma, como si la noche hubiera sido buena o mala, tenía que entregar el dinero, un total de casi 4.000 euros al mes.
No fue fácil
Cuando Julia decidió entrar a la industria del sexo, ella sabía que no sería fácil, “pero fue mucho más duro de lo que pensaba”. Ella tomó la opción porque “quería una vida mejor para mis hijos”.
A cierta altura, Julia se dio cuenta de que, a pesar de trabajar casi cada noche, no conseguía poner a un lado casi ningún dinero para ella y sus dos hijos. Los ataques de pánico comenzaron a asomarse casi a diario. “A veces tengo que tomar Xanax”, un medicamento contra la ansiedad.
Los ataques de pánico, depresión e insomnio son síntomas usuales de la profesión, confirma Sabine Constabel, directora de la organización Sisters, que se propone ayudar a las mujeres a abandonar el comercio sexual, asistiéndolas en la búsqueda de un lugar para vivir y pagar sus gastos hasta obtener autonomía.
No tienen derecho a seguridad social del Estado alemán
Las mujeres como Julia no tienen derecho a la seguridad social del Estado alemán, por no haber pagado impuestos. “A lo sumo ellas reciben un vale-transporte”, observa Constabel. Para ella, el trabajo con sexo no pasa de “violación”, una palabra que repite constantemente. “El comercio transforma a las mujeres en mercancía, no son nada más que basura.”
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Constabel y su organización abogan la interdicción total del trabajo sexual. “Mujeres y hombres que entran voluntariamente en esa rama no pasar de un mito, de propaganda dispersada por grupos de lobby sostenidos por los propietarios de burdeles”, critica.
La visión de Sabine Constabel es controvertida: otras organizaciones de apoyo a profesionales del sexo en Alemania distinguen entre actividad sexual voluntaria y prostitución forzada. Los legisladores del país también hacen esa distinción.
El comercio del sexo fue oficialmente reconocido como profesión en 2002. Teóricamente, mujeres y hombres pueden registrarse como trabajadores sexuales y contribuir al sistema de previsión social, cosa que, hasta ahora, sólo una minoría hace. Una ley de 2017 también prescribe que los burdeles y las prostitutas sean mejor controlados.
Mayoría de prostitutas en Alemania son de Rumania y Bulgaria
Es imposible decir cuántas mujeres y hombres trabajan como obreros del sexo en Alemania. Pueden ser cientos de miles, tal vez hasta 400.000, una cifra citada repetidamente por los asistentes sociales. No hay estimaciones oficiales, y sólo en 2017 el gobierno del país resolvió recoger datos al respecto.
Sin embargo, es cierto que la mayoría de las prostitutas vienen del Este de Europa, sobre todo de los dos países más pobres del continente, Rumania y Bulgaria. Según datos divulgados por la Comisión Europea a finales de 2016, la renta mensual media de los rumanos es de 480 euros, con amplias discrepancias regionales.
Bandas criminales son responsables de la cantidad de prostitutas
Julia confirma que, trabajando como prostituta, conseguía mandar más dinero a su familia de lo que jamás habría sido capaz de ganar en Rumania. Una parte menor de los profesionales vienen de África, muchas de Nigeria.
Pero los burdeles no se llenan solos. Wolfgang Fink, del Departamento Estatal de Investigaciones (LKA) de Baden-Württemberg, explica que también responsables del constante flujo de “carne fresca”, a menudo son miembros de bandas criminales y frecuentemente violentas, como los Hells Angels o United Tribuns.
Fink, que hace una década investiga la rama del sexo en ese estado del sur alemán, vio los nombres de algunos de esos hombres tatuados en la espalda y piernas de prostitutas, en enormes letras negras, marcándolas como su propiedad. Él describe los burdeles como “jaulas en batería”, análogas a las usadas para confinar gallinas ponedoras.