Gabriel seguirá vivo. Su recuerdo permanece en forma de altar en un monumento al final de la Avenida Federico García Lorca, en Almería, España, localidad en la que el menor vivió sus ocho años de infancia. Niñez que le fue arrebatada por su madrastra.
La pequeña ofrenda, en la que la gente coloca fotos, mensajes y veladoras, se montó sobre lo que se cree son los restos de una ballena que quedó varada en la costa. El lugar rinde honor al apodo del pequeño, ’Pescaíto’, como sus padres (separados) le decían de cariño.
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La muerta de Gabriel dolió y seguirá doliendo. Su asesinato conmocionó no solo a la comunidad española, sino a la población mundial que esperaba con ansías que apareciera con vida. El 27 de febrero el pequeño salió de su casa para dirigirse a la de sus primos. Nunca regresó.
Su abuela, la tarde-noche de ese día lo buscó para la merienda. Sus llamados no fueron escuchados. El niño apareció muerto el 11 de marzo, después de que su madrastra, Ana Julia, intentará deshacerse de su cadáver para que la trágica historia continuara.
El final ya lo sabemos: ella lo mató y lo mantuvo escondido a pesar de los llantos de los padres biológicos del pequeño y de las oraciones de miles de personas que esperaban regresara a casa con vida. Nunca sucedió.
Hoy el altar recuerda su inocencia y la impotencia de muchos por ver apagada su luz a la edad de 8 años.
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