Próximamente llegará a nuestro país una nueva versión de “It”. Y mientras el 7 de septiembre el terrorífico clown volverá a asustar a miles de personas en los cines chilenos, es buen momento para recordar la historia de John Wayne Gacy, el hombre que aprovechándose de su disfraz de payaso, estranguló y violó a una treintena de niños en la década del ’70 en Estados Unidos.
Porque mientras “Pennywise” dejó sin dormir a cientos de niños gracias al telefilme de los ’90, en un personaje interpretado magistralmente por Tim Curry, “Pogo” era infinitamente más malvado y macabro. “Pogo” existía de verdad, lo cual queda revelado en una artículo del diario español ABC.
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Gacy estaba casado, trabajaba como gerente de una cadena de locales de venta de pollo frito y a simple vista parecía un hombre correcto. Pero detrás de esa máscara, estaba un sujeto que en 1967 cuando tenía 25 años cometió su primer delito: abusó sexualmente de un menor identificado como Donald Vorhees. Incluso, contactó a otro adolescente para que lo golpeara con el fin de silenciarlo. La policía lo detuvo y en la investigación se descubrió que había cometido hechos similares con otros jóvenes que reclutaba para trabajar en el restorán.
Fue condenado a 10 años de prisión, pero debido a su buena conducta, solamente estuvo 18 meses tras las rejas. Al salir en libertad volvió a contraer nupcias, esta vez con una ex compañera de instituto que tenía ya dos hijas. Los cuatro se instalaron en una casa en Summerdale. En dicho lugar, el sujeto ocultó los torturas cuerpos de 29 jóvenes, los cuales además fueron sometidos a cruentos abusos sexuales.
Todo esto era desconocido incluso para su mujer. Gacy era buen esposo, muy cariñoso con las niñas y un excelente vecino. En invierno, cuando las nevadas se hacían habituales, era común verlo limpiando las entradas de las casas de la zona donde residía.
De acuerdo al libro “Historias de asesinos”, en 1971 nació “Pogo”. El payaso iba a hospitales a hacer reír a los niños, aumentando la buena fama con la que gozaba. Pero la policía de Chicago jamás le perdió la pista. En 1976 apareció la primera denuncia. Un joven de 28 años lo acusaba de intento de violación. Dos años después apareció un nuevo aviso a los oficiales sobre conductas impropias.
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Pero Jeff Rignall, un homosexual de 26 años, fue quien causó más impacto con su acusación en 1978 de acuerdo al texto “Killers: los peores asesinos de la historia”. Señaló que Gacy lo invitó a tomar un trago, por lo que subió a su vehículo. Tras esto, lo drogó y lo violó en reiteradas ocasiones, dejándolo abandonado en un parque creyéndolo muerto.
Sin embargo, el “payaso asesino” seguía libre. Pero no sería por mucho. Ese mismo año desapareció un menor de 15 años que iba hacia una entrevista de trabajo con el hombre, para unirse a la cadena de locales de comida rápida. Su madre acudió a la policía y apenas contó que la última vez que lo vio fue antes de marcharse a la cita laboral con Gacy, los oficiales quedaron en estado de alerta. El mismo nombre y apellido se repetía en una nueva denuncia.
El teniente Joseph Kozenczak fue a la casa del acusado a interrogarlo. El hombre negó cualquier vínculo con el extravío del adolescente y recalcó que durante esos días hizo sus constantes obras de beneficencia. Eso sí, diversos testigos coincidieron al señalar que los vieron juntos a los dos.
Días después, gracias a una orden judicial, llegaron con un propósito distinto a la vivienda: realizar un registro completo del lugar. Allí las coartadas y defensas empleadas por el hombre se fueron al tacho de la basura. Primero, encontraron material escrito sobre sexo entre hombres, sexo con menores y temáticas de diversa índole sexual. También hallaron utensilios característicos de tortura y sadomasoquismo. Pero no hallaron nada que lo relacionara con la desaparición del joven.
Eso sí, la presión policial continuó sobre Gacy. Lo seguían en sus actividades, habían rondas fuera de su casa y no le perdían pisada en ningún momento. Ante esto, el sujeto intentó demostrar que no tenía preocupación sobre el actuar de los oficiales, por lo que decidió demostrarlo de una singular manera: los invitó a pasar a su vivienda nuevamente. Allí todo se derrumbó.
En el sótano existía un mal olor, el cual de inmediato los policías lo asociaron a un cadáver en descomposición. Pero no había solamente uno. Tras esto, revisaron el suelo del lugar y hallaron los restos de 29 jóvenes. El impacto fue mayor cuando el hombre admitió que al menos había matado a 33 personas, indicando que había arrojado otros cuerpos en ríos del lugar.
Gacy reveló sus tácticas para atraer a sus víctimas, principalmente niños: les regalaba diferentes objetos, o les ofrecía drogas y alcohol. Tras esto, con la confianza ganada, usaba cloroformo para dormirlos y así violarlos en reiteradas ocasiones. Y pese a que sus abogados aducieron que las relaciones sexuales habían sido consensuadas y que las muertes se debían a “accidentes”, la justicia determinó en 1980 la pena de muerte para el sujeto. Este hecho ocurrió el 10 de mayo de 1994 gracias a una inyección letal.