Apple está dando los últimos toques a su nueva sede de Cupertino, un enorme complejo similar a una nave espacial y firmado por el arquitecto Norman Foster que representa la cuadratura del círculo para muchos en la industria tecnológica: es posible crecer hasta que el poder rezume de las oficinas.
Apple Park es un campus con forma de anillo que, a lo largo de sus más de 708.000 metros cuadrados, utiliza múltiples innovaciones para hacer realidad algunos de los sueños de Steve Jobs, entre ellos replicar la sensación de apertura y libertad que esperarán fuera del trabajo a sus 12.000 ocupantes.
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Los ocho años que ha tardado en estar lista le permiten presumir de grandes cifras y maravillas técnicas, como una puerta de cristal de cuatro pisos de altura, pero para el jefe de diseño de Apple, Jonathan Ive, el mayor logro fue “hacer un edificio donde mucha gente puede conectar, colaborar, caminar y hablar”, recoge la revista Wired.
Esa era la principal idea de Jobs, el cofundador de Apple convertido en gurú tecnológico, quien pasó los dos años previos a su muerte en 2011 desarrollando los detalles de un complejo que combinaría naturaleza y funcionalidad junto a un equipo de arquitectos liderado por Norman Foster.
Según señala la compañía, Apple Park, que comenzará a ser habitado por los empleados a partir de una fecha no especificada de junio próximo, es el edificio naturalmente ventilado más grande del mundo y está diseñado para no necesitar calefacción ni aire acondicionado durante nueve meses al año.
“Hemos conseguido uno de los edificios más eficientes en energía del mundo y el campus funcionará solo con energía renovable”, desgranó el consejero delegado de Apple, Tim Cook, sobre la sostenibilidad del proyecto.
Como cualquier gran tecnológica que se precie en la actualidad, Apple no escatimó en curiosidades para sus nuevas instalaciones. La más llamativa: el auditorio Steve Jobs, con forma cilíndrica, paredes de cristal de 6 metros de altura y capacidad para 1.000 personas.
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Asimismo, los empleados podrán hacer ejercicio, ir al médico o relajarse en un centro de bienestar de 9.000 metros cuadrados que esconde una sala de yoga de dos pisos, recubierta de un tipo de piedra que recuerda al hotel favorito de Jobs en Yosemite.
O quizás preferirán desconectar en la cafetería, donde hasta 4.000 trabajadores pueden tomar asiento entre la planta principal y las zonas de balcón, incluso al aire libre cuando haga buen tiempo, abriendo las dos enormes puertas de cristal que se alzan a lo largo de los cuatro pisos del recinto.
Con un presupuesto de 5.000 millones de dólares, el edificio está preparado contra terremotos y rodeado de 9.000 árboles resistentes a la sequía, características que siembran el terreno para trabajar en la “California idealizada” por Jobs.
Aunque inicialmente Apple Park iba a ocupar un recinto de 303.000 metros cuadrados a menos de dos kilómetros de su oficina central, Infinite Loop, la salida al mercado de una parcela previamente ocupada por Hewlett-Packard (HP), donde Jobs trabajó un verano a los 12 años, cambió el destino de la sede.
Lejos quedan ya los inicios de Apple, cuyos primeros ordenadores vieron la luz en 1977 en el garaje de la casa familiar de Jobs, hoy considerado lugar histórico en Los Altos y situado no demasiado lejos del garaje donde su admirada HP también dio sus primeros pasos, en Palo Alto.
Como una nave espacial llegada del futuro, Apple Park viene a decir lo que solo unas pocas pueden en la actualidad: es difícil, pero no imposible, alcanzar el éxito en la competitiva industria tecnológica y no morir en el intento, una carrera de fondo que para Apple se alarga ya cuatro décadas.