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Reseña: "The Matrix Resurrections" reprograma su código

A 22 años de su estreno, no ha pasado de moda

Matrix AP

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¿Qué tan profunda es la madriguera del conejo? Lo suficiente como para acomodar al menos cuatro películas, varios videojuegos, un cómic e innumerables gafas de sol.

En los 22 años desde que debutó, “The Matrix” (“Matrix”) nunca nos ha dejado, o, dependiendo de la píldora que elijas, nunca la hemos dejado. Pese a dos secuelas ampliamente decepcionantes, “The Matrix” no ha pasado de moda, como tampoco sus largas chaquetas de cuero ni su visión de ciencia ficción de una realidad ilusoria más allá de lo que tenemos frente a nosotros. Se ha vuelto cada vez más fácil pensar que quizás Morpheus realmente tenía una idea sobre ese negocio de la simulación.

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Así que cuando las líneas verdes de código vuelven a llover en la pantalla para dar inicio a “The Matrix Resurrections” (” Matrix Resurrecciones”), es un poco como un baño de agua tibia. Si vamos a quedar atrapados dentro de una simulación, al menos tenemos una con Keanu Reeves.

Pero también han cambiado muchas cosas en los 18 años transcurridos desde el último capítulo en la pantalla grande, “The Matrix Revolutions” (“Matrix: Revoluciones”). Esta es la primera entrega dirigida únicamente por Lana Wachowski, sin su hermana Lilly. Ambas se habían resistido durante mucho tiempo a la idea de hacer otra película de “Matrix”, pero la muerte de sus padres dejó a Lana deseando el consuelo de Neo (Reeves) y Trinity (Carrie-Anne Moss), dijo. La cinta está dedicada a mamá y papá.

Y durante mucho tiempo, “Resurrections” parece estar discutiendo consigo misma. Neo es ahora un diseñador de videojuegos desanimado, famoso por crear el juego “Matrix” y luchar por hacer cualquier cosa que capture la misma conexión cultural. Esto quizás no sea tan diferente para los Wachowski, cineastas visionarias cuyas densas y elaboradas fantasías — “Jupiter Ascending” (“El destino de Júpiter”), “Cloud Atlas” — a veces se han hundido bajo el peso de sus arquitecturas barrocas y su confusa metafísica. Incluso el legado de “The Matrix” está sujeto a debate en esta secuela autoanalítica.

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“Mantuvimos a algunos niños entretenidos”, dice Neo encogiéndose de hombros, sin sonar como “el elegido”. Ahora actúa bajo su antigua identidad de Thomas A. Anderson.

Sin embargo, la empresa matriz Warner Bros., que también es el estudio detrás de estas películas, encargó una secuela del juego. La escena meta en la sala de juntas donde se discute esto no es tan fresca como parecen pensar los realizadores. Es parte de la primera mitad recargada de la película, donde se abren nuevos niveles de realidad y ocasionalmente regresan a la primera matriz. Escenas familiares reaparecen, pero esta vez desde un punto de vista diferente y poco claro. Hay una hacker de pelo azul llamada Bugs (Jessica Henwick, una buena adición al elenco) y una especie de suplente de Morpheus interpretado por Yahya Abdul-Mateen II. Laurence Fishburne no está en este filme, y no es difícil pasar los 148 minutos de la película lamentando su colosal ausencia.

Hay mucho que procesar en la primera mitad del film. Algunos puntos básicos: Thomas/Neo vive discreta y tristemente en una simulación en la que él y Trinity (Moss) no se conocen. Neo la ve en una cafetería (“Simulatte”) y hay una conexión poderosa y difícil de explicar. Reeves y Moss todavía tienen una química potente, y uno de los principales encantos de la película es la resurrección de la Moss menos vista. Pero en este mundo deformado, Trinity se hace llamar Tiffany y está casada y tiene hijos. Su marido, cruelmente, incluso se llama Chad. Cualquiera que sea la inquietud de Neo, su terapeuta (Neil Patrick Harris) lo apacigua. Esta “Matrix” no es febrilmente novedosa como la innovadora película original, sino que se inspira en un capítulo posterior de la vida: el malestar en la mediana edad de sentir que se tomó un camino equivocado hace mucho tiempo.

Realinear todas las capas de verdad e ilusión lleva bastante tiempo en “Resurrections”, que Wachowski escribió con David Mitchell y Aleksandar Hemon. Los primeros 90 minutos más o menos están tan sobrecargados con exposiciones y explicaciones, que para cuando la líder rebelde clandestina interpretada por Jada Pinkett Smith, Niobe, aparece y le dice a Neo “tenemos que hablar”, puede que te encuentres murmurando “por favor no” y tomando la píldora azul más cercana. Muchas secuelas y reinicios pueden criticarse como medio crudos; “Resurrections” sufre más por pensar demasiado.

Y sin embargo a menudo es convincente ver a Wachowski interrogar y reconsiderar su creación más querida.

Más que nunca, “The Matrix” juega como una alegoría no para los mundos analógicos y digitales, sino para algo más íntimo que gira en torno al desaliento y la autorrealización. En su cóctel de píldoras, terapias y vuelos por los tejados, “Resurrections” crea un elaborado tapiz de ciencia ficción de medicamentos, depresión y suicidio. Mientras que el romance heterosexual de Neo y Trinity impulsa la franquicia (sí, junto con esas balas geniales en cámara lenta), “The Matrix” se trata de salir de la existencia normativa, decir adiós al código antiguo, a “Chad”, y renacer en un universo sin reglas decididamente queer. Es una verdadera ironía que el clímax de “Resurrections” incluya un discurso amenazante sobre “borregos” de Neil Patrick Harris.

Si desafiar el programa heteronormativo y entrar en la Matriz fue una vez una finura exquisita, en “Resurrections” la batalla es más contundente y el tono menos exultante. La libertad personal aquí requiere montar una defensa contra un ataque alarmante. En la siniestra culminación de “Resurrections”, Neo y Trinity (ya no Tiffany) huyen bajo un diluvio escalofriante de cuerpos controlados robóticamente para invadir cualquier anomalía. “The Matrix Resurrections” puede ser un viaje lleno de baches, pero sigue siendo un viaje.

“The Matrix Resurrections”, un estreno de Warner Bros., tiene una clasificación PG-13 (que advierte a los padres que podría ser inapropiada para menores de 13 años) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) por escenas de violencia y algo de lenguaje soez. Duración: 148 minutos. Dos estrellas y media de cuatro.

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