Entretenimiento

And Just Like That: ¿Pero qué más hay que contar de Carrie Bradshaw?

¿Será este el cierre definitivo –ahora sí– de una serie que a pesar de su estatus icónico envejeció mal en aspectos fundamentales?

And Just Like That Instagram

PUBLICIDAD

Carrie Bradshaw fue la primera influencer televisiva de moda del nuevo milenio. Su amor por los zapatos de diseñador (Manolo Blahnik), su tutú, su cabello rubio y sus elecciones de moda en el universo hedonista y solvente del Nueva York previo al 9/11 y al crash de 2008, se veían perfectamente aceptables y empoderantes. Tanto como los Cosmopolitan, los lugares de moda y el sexo sin tapujos acompañado, claro, de romance. Pero sexo siempre, encarnado en las relaciones de una cínica Miranda Hobbes (Cynthia Nixon), hoy convertida en el máximo ícono feminista de la serie; la sexual y hedonista Samantha Jones (Kim Cattrall) y la romántica y pulida Charlotte York (Kristin Davis). En esa ocasión, las mujeres no eran unidimensionales, pagaban por tomar malas decisiones y en sus altas y bajas, en medio de todo su glamour y éxito en este Manhattan lujoso, mantenían su amistad.

Eso hizo a la serie un fenómeno cultural. Carrie no era una heroína, propiamente. Bien vestida, eso sí –en la serie era un deleite verla con los estilismos de Patricia Field que combinaban vintage con Dolce & Gabbana, Prada y Versace, entre otras marcas–, pero mala amiga y mala novia, aunque lo suficientemente compleja como para entenderse dentro de una relación (tóxica) con el que terminó siendo su esposo, Mr. Big (el banquero John James Preston, interpretado por Chris Noth). Si bien todas mostraron el otro lado de la soltería (y terminaban emparejadas), el término “soltera y fabulosa” nunca tuvo mejor definición que ellas, creadas por la escritora Candace Bushnell. Desde 1998 hasta 2004, en seis temporadas, ellas redefinieron sus prioridades: sexo, amor, matrimonio, carreras y hasta hijos. Cosas que se hablaban en pocas series de una manera más allá de la familia si se trataba de las mujeres. El fenómeno llegó a tanto que el episodio final, de cuento de hadas, cuando Big salva a Carrie en París, lo vieron 10.6 millones de espectadores.

PUBLICIDAD

Luego, como para alargar la estela, hubo una película donde se ahondaba en un cierre más o menos digno, y en 2011 hubo una segunda parte de esta, que sí develó todos los problemas de fondo de la serie y que mostraba lo que varios expertos y televidentes criticaron: los problemas de cuatro mujeres blancas y privilegiadas que eran absolutamente racistas, transfóbicas y hasta condescendientes con el sexo. De las malas críticas se pasó a la interpretación en las redes sociales de cómo la serie no pudo ser más consciente con tópicos sensibles y sociales.

Entre outfits y personajes reimaginados

Así, cuentas de Instagram como Every Outfit on Sex & The City pasaron de evaluar cada look a preguntarse por qué, por ejemplo, Carrie, siendo columnista de sexo, era tan prejuiciosa con los bisexuales, o por qué Samantha era tan clasista y transfóbica, o por qué la única persona racializada tenía que estar en una interlocución inferior, como el caso del personaje de Louise (Jennifer Hudson) en la primera película. El fenómeno fue concentrado precisamente en Charlotte, la más elitista de las cuatro, con el hashtag #WokeCharlotte, donde ella criticaba todos estos comportamientos. Esto dio también para mostrar cómo Miranda, la menos valorada de la serie en su época y la menos “atractiva” (de hecho, en el programa parodia Celebrity Deathmatch es la primera que “muere” a manos de Samantha cuando las ponen a pelear entre ellas), era el personaje más adecuado para los tiempos actuales, al ser feminista, criticar el elitismo y toxicidad de sus amigas y al realmente estar orgullosa de lo que tenía. De hecho, hasta salió un libro que la reivindicó: “Todas Deberíamos Ser Miranda”, y la misma Cynthia Nixon aprovechó ese empuje para ser ella misma un ícono feminista en sí y también por invocar inteligentemente con merchandising la fuerza de su personaje en su campaña política contra Andrew Cuomo.

Pero lo digital no solo mostró maravillas aplicadas para esta década, sino las grietas de las que hablaban los medios especializados por años: de cómo el hecho de que Sarah Jessica Parker tuviera mejor sueldo por ser productora ejecutiva dio al traste con la relación entre ella y Kim Cattrall, que iba tomando popularidad con su personaje y quería el mismo pago; y cómo Davis y Nixon se pusieron de parte de la primera, creando una distancia insalvable.  Esto quedó en evidencia cuando murió el hermano de Cattrall y esta le dijo a Parker a través de Instagram que no era su amiga ni su hermana. Esta situación dio al traste con la tercera película que se iba a hacer.

Con todo este trasfondo llega un reboot 10 años después de la segunda película. ¿Qué es lo más interesante para los personajes?

PUBLICIDAD

Tags

Lo Último