LONDRES – Era una declaración que confirmaba la maduración creciente del príncipe Enrique y su férrea resolución de luchar por aquello que valora y cree.
Listo para pelear por su derecho a llevar una vida a medias normal en un ambiente a medias enloquecido. Listo para exigir respeto a la mujer que amaba, una con la que quizás ya esperaba casarse.
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Era noviembre de 2016 y en un comunicado emitido por su secretario de prensa, Enrique dejó en claro que no iba a permitir que la prensa británica acosara a Meghan Markle del mismo modo que hizo con su madre, la princesa Diana, quien murió en un accidente automovilístico en París en 1997 mientras era perseguida por paparazzi.
Su mensaje fue directo: ¡no se metan!
También fue un indicio de que estaba decidido a traer a una actriz estadounidense divorciada a la familia real.
“Esto no es un juego”, decía la misiva, en la que se expresaba la creencia de Enrique de que la seguridad de Markle estaba siendo amenazada por la prensa intrusiva y lo que calificó como el “trasfondo racial” de muchos comentarios en las redes sociales.
La inusual declaración pública destiló muchos de los elementos que han moldeado la vida de Enrique: el dolor ocasionado por la pérdida temprana de su madre; el resentimiento hacia la prensa despiadada que contribuyó a las rupturas de sus relaciones previas; y su determinación por conseguirse un papel público significativo y crear su propia familia.
Enrique llegó a parecer algo perdido. Travesuras que incluyeron un juego de “billar nudista” en un hotel en Las Vegas en 2012, cuando fue fotografiado semidesnudo con una acompañante, solo alimentaron esa percepción.
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Desde entonces, el príncipe de 33 años, quien piloteó helicópteros en la guerra de Afganistán, solo ha crecido, promoviendo incansablemente causas para ayudar a los veteranos de guerra y hablando cándidamente sobre sus propios problemas emocionales al llamar al fin de los estigmas en torno a los problemas de salud mental. El público parece encantado por el hombre compasivo que ha emergido de un frágil cascarón.
Ha mostrado una gran energía al dar vida a los Juegos Invictus, su concepto de una competencia internacional para militares _ hombres y mujeres _ lesionados o discapacitados. Y ha seguido los pasos de su madre al trabajar extensamente con fundaciones de sida y reunirse en privado con enfermos, a veces en visitas no anunciadas a hospitales como las que Diana llegó a hacer en una era en la que esta enfermedad conllevaba un estigma mucho más grande.
Andrew Morton, autor de la innovadora biografía sobre Diana y un nuevo libro sobre Markle, dice que la benevolencia del público hacia Enrique deriva en parte de la memoria colectiva del funeral televisado de Diana. Dice que millones alrededor del mundo se conmovieron hasta las lágrimas por la postal que el príncipe, entonces de 12 años, colocó en su cortejo en la que decía “Mummy” (Mami).
“El público mima al príncipe Enrique, lo ve como un joven exuberante y vivaz que sacó mucho de la personalidad de un Spencer, de Diana”, dijo en referencia a los orígenes de la princesa en el aristocrático clan Spencer. “Lo vieron caminar con la cabeza gacha tras del cortejo fúnebre _ qué experiencia tan terrible para él _ y en cierto modo han hecho votos fervorosos por su felicidad”.
Dijo que Enrique comenzó a encontrar su camino hace casi una década mientras volvía de una misión de combate en Afganistán. El avión que lo traía a casa trasportaba también el cuerpo de un soldado danés fallecido en acción, así como a tres soldados británicos heridos de gravedad.
“Se dio cuenta de que tenía que empezar a usar su propia posición para darle propósito no solo a su vida sino a la institución en la que había vivido toda su vida: la monarquía”, dijo Morton. “Ese fue un momento transformador”.
Enrique no es de los miembros de la realeza que se quedan tranquilos en casa. En una ocasión hizo una excursión al Polo Sur con 13 uniformados heridos y la organización benéfica Walking with the Wounded. Celebró el logro con unos tragos de whisky.
Enrique es considerado más espontáneo y accesible que su hermano mayor, el príncipe Guillermo, un hombre más serio y que carga el peso adicional de ser futuro rey. Enrique ha ido descendiendo en la línea de sucesión al trono a medida que Guillermo y su esposa Kate han tenido hijos, así que la probabilidad de que llegue a ser monarca es extremadamente baja.
El menor de los hijos de Diana no ha tenido miedo de ventilar sus propios problemas en público. En una discusión pública sin precedentes sobre sus propias luchas tras la muerte de su madre, dijo a The Daily Telegraph el año pasado que había “cerrado todas sus emociones” por casi 20 años y que estuvo “muy cerca de un colapso nervioso total en numerosas ocasiones”.
Reveló que solo después de acudir a terapia a pedido de Guillermo pudo lidiar con el dolor de haber perdido a su progenitora a tan tierna edad.
“Mi manera de lidiar con eso era meter la cabeza en la arena, negarme a pensar en mi mamá porque, ¿por qué eso iba a ayudarme?”, dijo sobre sus años de adolescente y veinteañero.
Es un periodo en el que a veces estuvo fuera de control. En ocasiones, dijo, se sintió “al borde de golpear a alguien” y se metió a hacer boxeo para sacar la agresión que sentía.
No ayudaba el hecho de que era fotografiado cada vez que salía, un nivel de vigilancia que ahuyentó a sus dos primeras novias serias, Chelsy Davy y Cressida Bonas.
“Nunca habíamos tenido una revelación tan personal de la familia real”, dijo Joe Little, director editorial de la revista Majesty. “La generación más vieja consideraría esto un asunto privado. Pero Enrique lo hizo y probablemente se ganó muchos amigos al ser tan personal”.
La meta de Enrique _ compartida con Guillermo y Kate, quienes se unieron a la campaña _ era convencer a otros a buscar ayuda sin sentirse avergonzados, y concientizar sobre la necesidad de mayores tratamientos para los problemas de salud mental.
La respuesta fue abrumadoramente positiva. Médicos y grupos defensores de la salud mental lo elogiaron por arrojar luz sobre un problema a menudo escondido bajo las sombras.
Y cuando habló sobre el duelo que dominó su vida por dos décadas, le recordó a muchos al niño hecho polvo que siguió en silencio el féretro de su madre, y el modo en el que eventualmente logró superar su dolor.