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“¡Sabina, eres tú, no estás en el teléfono!”

Eduardo logra conocer a su ídolo Joaquín Sabina.

sabina

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Por Tania Polanco

Eduardo, con cuatro años, pasa las páginas del periódico mientras va camino a su escuela. Aunque está en prekinder, sabe leer. Así fue como, por cuenta propia, se enteró que Joaquín Sabina venía a Puerto Rico con su concierto “Lo niego todo”.

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Con el periódico en las manos, reclamó que en la fotografía a página completa del anuncio de su concierto en Puerto Rico, Sabina no tenía su sombrero de copa: “Se le olvidó, mamá”… Y luego la gran pregunta: “¿Vamos a ir a verlo, mamá?”

Desde hace ya siete meses, al montarse en el carro, pide canciones y videos de Sabina. Y le habla como si lo tuviese de frente. No solo lo escucha, también lo “corrige”, pues siendo Eduardo como es, totalmente literal, no acepta como posible que exista un “Bulevar de los sueños rotos” o un espacio de tiempo posible en el que haya “19 días y 500 noches”.

Tajante, le dice al afamado cantautor español: “No es correcto, Sabina. Eres muy travieso”. Tampoco es posible que tenga el corazón guardado en un cajón y se sorprende de que el artista perdiera a su “princesa”, como refiere en una canción.

Sobre ir al concierto le dije que no, pero sí podíamos escribir al periódico diciendo que al niño Eduardo le gusta Sabina y quiere conocerlo.

Mi hijo no conversa. Sólo habla de lo que le interesa, así que, por ejemplo, no me puede contar lo que hizo en el día. Cuando se lo pregunto, parece estar absorto en otras cosas que son de su interés. Tengo que insistir, pedirle que me dé un turno para que atienda a lo que le estoy hablando, meterme en su espacio de atención, lo que permite en los momentos que él decide.

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El universo conspiró y la periodista Josefina Barceló llamó para saber detalles de esta predilección musical de Eduardo, con diagnóstico de autismo leve —Síndrome de Asperger— y estudiante del Proyecto Expresión, un programa preescolar para niños con autismo de SER de Puerto Rico.

Eduardo, como Sabina, salió en el periódico. Él mismo leyó el titular que decía: “Pequeño enamorado de la música de Sabina” y “Niño sueña con conocer a Sabina”, publicado por la periodista Stephanie Gómez Álvarez. De inmediato dijo: “Soy yo, mamá”.

Pero más allá de Sabina y su concierto, más allá de los logros que va alcanzando Eduardo en cinco terapias que recibe dos veces por semana; más allá de las citas médicas, de las frecuentes rabietas, del rechazo a la mayoría de los alimentos, en medio de la cotidianidad difícil que implica un niño que no tolera ruidos, ni olores, ni espacios concurridos, miro a mi pequeño hijo y a menudo pienso, sin poder evitar la angustia, en lo que le deparará el futuro.

¿Será funcional para una vida independiente? ¿Irá a la universidad? ¿Enfrentará rechazo y discriminación? ¿Seguirá necesitando apoyo y protección cuando ya yo no esté? Esa es la preocupación diaria que pesa en el corazón de miles de madres y padres que estamos dándole la cara al autismo. Un intruso que llegó un día y se metió en la casa, atacando desde la oscuridad, ocultando su nombre, imponiendo los gritos o el silencio, en una batalla que se apodera de cada día.

Sabina sacó su lámpara de “Alí Babá”. 

Opté por no decirle a Eduardo que ese día, gracias a gestiones de la productora Angie García, iba a conocer a Joaquín Sabina, sobre todo para no exponerlo a los caprichos del azar y que, por algún motivo inesperado, no se concretara el encuentro, pautado para las 5:00 de la tarde, una hora antes del concierto del domingo 4 de febrero en el Coliseo de Puerto Rico.

—¿Quieres hacerle un dibujo a Sabina para enviárselo por correo?, le propuse ese día en horas de la mañana. Buscó sus colores y dibujó al cantante con su princesa. Pusimos el dibujo en un marco y en otro, una fotografía de Eduardo.

Por la tarde, puntualmente llegamos al Coliseo de Puerto Rico y entonces comenzó a llorar. “Vámonos, el carro se perdió”, decía, en alusión a que el lugar le era desconocido. No valieron explicaciones, siguió llorando mientras caminábamos por el área de estacionamiento y al recorrer los pasillos interiores, indicando querer irse a casa.

El ruido del trajinar de la escenografía, el cambio en la intensidad de luz y la inmensidad del Coliseo de Puerto Rico le ganaban a su gran deseo de conocer a Sabina y escuchar en vivo “las arrugas de su voz”, esa voz ronca y profunda que disfruta en los videos de YouTube que tanto le gustan.

Pero de pronto, por arte de magia, como salido de una lámpara mágica o de la cueva de Alí Babá, apareció Sabina en persona y se robó la atención de Eduardo, que dejó de llorar para decirle:

—¡Sabina, eres tú! ¡No estás en el teléfono!

—Sí soy yo, Eduardo, y te estoy esperando. Ven que quiero conocerte.

Entramos a un camerino de gran tamaño. Con la prudencia de que en el lugar solo estaban Sabina y su compañera.

El artista quiso saber ¿cómo comenzó todo? Ya había visto un video de Eduardo escuchando sus canciones. Quiso saber ¿en qué momento prefería escucharlas? Quiso saber ¿cuáles eran sus favoritas? Y entonces no pudo evitar emocionarse al punto de asomarse las lágrimas y callar por unos minutos.

“A mi edad, tengo el corazón cargado de equipaje. Este va a ser un equipaje que no podré dejar”, explicó.

Mientras, Eduardo con el permiso del artista curioseaba y tocaba las cuerdas de su guitarra. Hablamos del autismo y de los desafíos que impone a los padres.

—Sé que eres periodista —dijo—. Eso te da herramientas muy valiosas para manejar información y para comunicar sobre todo esto, tan humano y tan complejo.

—Si, soy mamá de Eduardo y periodista… (risas de Sabina). En esta complejidad del autismo —le dije— hay muchos desafíos cotidianos y cosas tan fantásticas que, aunque se que estás escribiendo más poesía que otra cosa, te inspirarían unas mil canciones… (risas).

—No lo dudo, para nada, dijo, y entonces nos fuimos de viaje a esos días no tan comunes que llegan con el autismo. De cómo cambia tus rutinas para imponer el silencio, para probar tus fuerzas todos los días. De cómo se estruja el corazón ante el llanto largo y sin consuelo de un hijo; de la lucha diaria para poner barreras al autismo e impedirle que secuestre la vida de tu hijo y la de la familia. De los días largos y las noches cortas. De la necesidad de superar la tristeza cuando tu hijo te evita, desprecia caricias y te dice: “Vete, mamá… adiós”.

“Maldito sea el gurú que levantó entre tú y yo un silencio oscuro”, recordó Sabina de su canción “Princesa”.

Al escuchar esa frase, Eduardo se acercó y poniendo sus manos en las rodillas del artista le preguntó:

—¿Se perdió tu princesa? ¿No la encuentras? ¿Se te rompió el corazón?…

—Pues sí. La verdad he sido travieso y me han roto el corazón varias veces. Pero mira —señalando a su compañera Jimena Coronado— ya encontré a mi princesa.

Y el niño con cara de alegría y de sorpresa le preguntó: —¿Y dónde está tu corona?, a lo que ella le respondió: “Es que me pesa mucho en la cabeza y la he guardado”.

Durante el encuentro con su pequeño admirador en la antesala de su concierto en el Coliseo de Puerto Rico, Sabina se río mucho, le firmó libros, le dijo “tienes que comer” y sentándolo sobre su regazo le dio un beso mágico, de esos que duran para siempre.

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