LA HABANA – Las vendedoras del nuevo local de L’Occitane en Provence de La Habana ganan 12,50 dólares al mes. Una botella de eau de toilette de acacia cuesta 95,20 dólares. Una crema facial rejuvenecedora 162,40 dólares la onza (30 ml).
A pocas puertas de distancia, una cámara Canon EOS cuesta 7.542 dólares. Y un reloj Bulgari 10.200 dólares.
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En el corazón de la capital de una nación fundada sobre ideales de igualdad social, el brazo comercial de las fuerzas armadas cubanas ha transformado una vieja galería comercial en un templo del capitalismo más conspicuo.
Con la llegada de los primeros locales de L’Occitane, Mont Blanc y Lacoste, la Manzana de Gómez se ha convertido en un fenómeno sociocultural desde que abrió hace pocas semanas y los cubanos se pasean azorados por sus corredores brillosos.
Los cubanos de más edad parecen asombrados al ver artículos que cuestan más que lo que van a ganar en toda su vida. Adolescentes y jóvenes adultos posan para fotos que publicarán en Facebook frente a las vidrieras de los negocios, haciendo gestos de la victoria ante imágenes que repiten las que les envían sus familiares desde Miami, quienes posan frente a televisores de 50 pulgadas (127 centímetros) y convertibles de lujo.
Un día reciente, Oswell Méndez y los miembros de su grupo de danza hip-hop De Freak posaron para su página de Facebook en el centro de la Manzana, en el sitio que ocupara un busto del líder comunista de comienzos del siglo 20 Julio Antonio Mella antes de ser quitado durante la renovación del lugar, que tomó varios años.
“Es un lugar que está muy dotado, bonito”, expresó Méndez, de 24 años. “Es algo que no hemos visto”.
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La Manzana tiene cinco pisos y está cerca del Prado, el boulevard arbolado que divide el corazón del sector colonial de la ciudad. En los pisos superiores abrirá oficialmente en junio un hotel de cinco estrellas propiedad de la agencia turística de los militares, Gaviota, administrado por la cadena de lujo suiza Kempinski. Junto a las galerías de la planta baja de la Manzana, las dependencias que manejan las ventas al por menor de los militares –TRD Caribe y CIMEQ– alternan marcas de lujo con negocios cubanos menos conocidos pero que ofrecen de todos modos artículos caros al alcance de una pequeña pero creciente clase media-alta cubana, como pequeñas botellas de shampoo de seis dólares y juegos de platos por 100 dólares.
A pocas cuadras, obreros cubanos viven en departamentos que se vienen abajo, en calles llenas de basura. Los sueldos oficiales han sido devastados por el estancamiento económico que viene desde hace rato y por la inflación, y apenas si hay dinero para comprar alimentos. Las reparaciones de las casas y otros gustos deben esperar.
“Nos duele porque yo no puedo comprar”, dijo Rodolfo Hernández Torres, un mecánico electrónico jubilado de 71 años que vive con una pensión de 12,50 dólares al mes. “Hay gente que puede llegar a comprar aquí pero de diez hay uno. La mayoría del país no tiene sueldo” para estas cosas.
Con la economía en recesión y dudas en torno a la ayuda petrolera que Cuba recibe de Venezuela, el gobierno isleño parece debatirse entre la necesidad de reformas orientadas a una economía de mercado y el temor de que las desigualdades sociales generen brotes de insatisfacción y pedidos de cambios políticos.
Mientras otros sectores declinan, la floreciente industria turística está bajo presión para que haga algo por mejorar la reputación de los hoteles estatales, que cobran precios astronómicos por habitaciones y comida que están muy por debajo de los stándards internacionales. La Manzana de Gómez Kempinski se presenta como el primer hotel verdaderamente de cinco estrellas de la isla y los negocios de marcas importantes que hay allí parecen pensados para reforzar esa imagen.
El hotel está recibiendo buenos comentarios, pero muchos turistas dicen que el mall de lujo les parece repulsivo.
“Fue una gran decepción”, comentó Jeannie Goldstein, quien trabaja en marketing de deportes en Chicago y el sábado culminó un viaje de seis días que fue su primera visita a Cuba.
“Vine aquí para escaparme de estas cosas”, agregó. “Esto es una manifestación de riqueza y de valores estadounidenses”.
El boulevard Prado fue escenario de la primera muestra de consumismo en gran escala auspiciada por el estado. En mayo del año pasado el gobierno cerró la calle para montar un desfile privado de modas de Chanel para un público que incluyó a los actores Tilda Swinton y Vin Diesel y a la súper modelo brasileña Gisele Bundchen.
La privatización temporal de la calle para una empresa internacional de artículos de lujo exclusivos generó profundo rechazo en Cuba y una reacción inusualmente dura de escritores e intelectuales. El ministro de cultura cubano renunció dos meses después, sin que se dieran a conocer las razones de su partida.
A muchos cubanos, no obstante, les encantó el desfile de Chanel y adoran la Manzana de Gómez, que ven como un indicio de que el país sabe que su futuro depende de que se abra a la riqueza extranjera.
“Estas son tiendas para millonarios. Atraer a turismo con dinero, eso es desarrollo, capitalismo”, manifestó Maritza García, de 55 años y empleada administrativa de una oficina. “Todo lo que es desarrollo es bueno. Poco a poco va el país levantándose. Nosotros somos un país socialista pero la economía tiene que ser capitalista”.