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Rescató casi a 50 en Toa Baja

Su deseo de quedarse en su vivienda el día en que María azotó sin compasión al país, le permitió a Maximino Díaz ayudar a decenas de personas que llegaban en kayaks a pedirle albergue

Maximino

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Mientras se hacía cada vez más constante el llamado del Gobierno exhortando a la ciudadanía a moverse a los refugios si consideraban que vivián en zonas inundables, Maximino Díaz se mantenía fuerte como un roble apegado a su vivienda donde ha vivido por las últimas cuatro décadas.

No valieron las amenazas de multas o arrestos de las que tanto cacareó la Policía si las personas se resistían a los desalojos.

Fue en vano, incluso, el intento de su único hijo de llevárselo a pasar el huracán  María a su residencia en Guaynabo.

Él desoyó todos los llamados. Y qué bueno que fue así, por que gracias a su terquedad, él puede hoy contar la vida de casi cincuenta personas que sobrevivieron a las inundaciones causadas por uno de los fenómenos atmosféricos que ha sido más severos con el país.

La primera es la de una infante que un vecino le pidió que cuidara porque el agua ya empezaba a reclamar el terreno que su propiedad le ocupó.

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“Estoy en el balcón de la casa mirando los vientos y viene un vecino [a decirme] que si me podía dejar la nieta que tiene tres meses y se le podía ahogar en la casa, y cuando veo el agua, la subí”, dijo Díaz quien es carnicero de profesión.

Junior, como muchos le llaman a Díaz, posee una de las pocas viviendas de dos pisos que se divisan en el barrio Ingenio en Toa Baja. No la tenía rentada y, por ello, al abrirle las puertas de ese hogar a la menor y a su familia, más personas siguieron llegando.

“Luego, otro me trajo un tío que está encamado y también lo subimos, pero cuando de repetente, el agua subió,  yo también subí”, dijo.

Díaz, un envejeciente de 73 años paciente de diabetes, afirmó que no recuerda con exactitud cuántas veces tuvo que subir y bajar las escaleras de esa segunda vivienda que, en unas pocas horas, luego de la intensidad de los vientos de María, se convirtió en el refugio de los moradores de la zona cobijando en total a 47 personas.

“Venían de toda la vuelta redonda porque no tenían para donde salir, ni para la izquierda, ni para la derecha, ni para el centro; por ningún lado podían salir. Así que si esa planta no hubiese estado desocupada y yo no hubiese estado aquí, se hubieran ahogado todos”, expresó con grado de satisfacción.

Recordó que cuando las personas estaban llegando a la residencia, el agua ya les daba por el pecho.

Aseguró que era estremecedor escuchar su nombre a lo lejos.

“Junior, ayúdame, ayúdame. Yo: ‘Métanse por ahí para arriba’”, asegura les decía, mientras destacó que llegó hasta una mujer de la Policía de municipal con su esposo a quedarse.

El vecino del frente prestó dos kayaks y con eso siguieron trayendo personas.

“Trajeron a una no vidente. Trajeron a otro que le había dado un derrame, y por ahí siguieron llegando todos en kayaks, porque no podían caminar. El agua tenía como un remolino; se los quería llevar a todos”, expresó mientras hacía la señal del vorágine con las manos, que a su entender lo observó a eso de las 4:00 de la tarde.

Díaz manifestó que no abandonó su vivienda por que nunca se le había inundado y afirma que es la primera vez que la comunidad se inunda de esa forma.

Él, al igual que sus vecinos, desconocen si culpar al huracán por que el agua se les metió a sus casas o atribuirle la responsabilidad a la apertura repentina de la represa La Plata.

Cómo más de 47 personas pasaron la noche del miércoles  20 en un espacio marcadamente reducido, con al menos cinco niños y varios encamados. Díaz dijo que todos en el piso estuvieron hablando toda la noche. “Prácticamente, estuvimos así por los tres días siguientes. Nadie podía dormir por el temor de que el agua llegara allá arriba”.

A la pregunta sobre cómo define en una palabra al huracán María, dijo que trágico, mientras su rostro se ensombrecía de tristeza y temor.

“Fue una experiencia traumática. Yo todavía hasta lloro. Por aquí estamos en pánico cada vez que llueve. Nunca habíamos visto algo así”, sentenció el hombre, quien a un mes de ocurrida la catástrofe mantiene refugiados en el segundo piso: unas 20 personas que perdieron sus hogares, entre ellos un encamado.

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