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Dos almas gemelas que desafiaron el racismo

El activismo de Leroy y Gloria se basó en un gesto tan simple como casarse

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Washington- No bastaba con amarse. Para poder casarse, la afroamericana Gloria y el blanco Leroy Griffith tuvieron que derribar barreras sociales, esquivar miradas de recelo y hasta buscar a un sacerdote a 160 kilómetros de su ciudad, Chattanooga (Tennessee), en el sur más conservador del país.

Era 1969 y hacía solo dos años que el Tribunal Supremo había legalizado el matrimonio interracial en su célebre fallo “Loving contra Virginia”, del que se cumplen hoy 50 años.

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El matrimonio entre Gloria, de 21 años, y Leroy, de 31, fue el primero entre personas de distinto color en Chattanooga y uno de los primeros en Tennessee, estado que en 1741 implantó una ley para prohibir las uniones entre esclavos negros y sus dueños, blancos.

“Era sin duda un atrevimiento, nuestra unión fue una declaración de principios”, cuenta a Efe Leroy, pastor protestante que fue a la ciudad de Chattanooga para hacerse cargo de una iglesia presbiteriana en una zona pobre.

Dio la casualidad de que la madre de Gloria iba a la iglesia que había asumido Leroy y allí se conocieron.

“Nunca había visto a un pastor con un cigarrillo en la boca hasta entonces”, dice Gloria. Recuerda cada detalle: Leroy acababa de terminar la ceremonia y estaba rodeado de mujeres que le miraban embobadas mientras inhalaba y soltaba el humo de su cigarrillo.

Tras ese encuentro, dos años después, la hermana menor de Gloria cayó muy enferma y Leroy fue a visitarla a menudo al hospital.

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En las visitas, Gloria y Leroy entablaron una complicidad especial, descubrieron que les gustaba pasar tiempo juntos y empezaron a salir al cine, a cenar y a hacer senderismo.

Pero una pareja interracial levantaba suspicacias, muchos susurraban y otros se quedaban mirando.

Un día, cuando volvían del cine, un coche con cuatro chicos blancos comenzó a seguirles a toda velocidad.

“Estábamos asustados. Decidí detenerme y los cuatro chicos que iban en el coche, se colocaron al lado de nosotros. Hicieron con los dedos la letra ‘V’ de ‘victoria’ y nos gritaron: ‘muy bien, adelante’”, recuerda Leroy, entre risas.

El encuentro quedó en un susto, pero Gloria y Leroy eran conscientes de que su amor desafiaba las reglas por las que el sur se había regido durante siglos.

Los dos, sin embargo, eran activistas y, además del amor, les unía una serie de creencias. Gloria había tratado de crear un sindicato en el hospital donde trabajaba, mientras que

Leroy marchó con Martin Lutter King en la Marcha de Selma a Montgomery, que llevó a la aprobación de la Ley del Derecho al voto en 1965.

“De donde yo vengo, eso se llama almas gemelas. Los dos tenemos un profundo sentido de la Justicia”, resume Leroy.

Sin embargo, tuvieron que soportar un sinfín de llamadas telefónicas de gente anónima que les amenazaba de muerte y aseguraba que iba a quemarlos, lincharlos o dispararlos.
Mientras unos hacían patente su rechazo, otros lo manifestaban de una forma más sutil, negándoles por ejemplo la posibilidad de usar su iglesia para la boda por temor a disturbios.

Como no encontraban iglesia, decidieron que se casarían al aire libre, pero entonces la dificultad fue encontrar a un clérigo.

“Hubo un sacerdote que bendijo el matrimonio y se comprometió a casarnos. Pero recibió amenazas y una semana antes de la boda se echó atrás. Así que llamé al secretario de la orden y él me dijo que sí. Tuvo que conducir más de 160 kilómetros para venir a oficiar la boda”, recuerda Leroy.

Llegó el día de la ceremonia y tenían un poco de miedo. Para evitar que alguien extraño pudiera irrumpir en la boda, los amigos de Leroy y Gloria bloquearon el tráfico de la ciudad con sus propios coches, fingiendo que tenían una rueda pinchada.

No hubo ningún disturbio o protesta, pero Gloria y Leroy sabían lo que implicaba ser una pareja interracial en la década de los 60 en Tennessee y sentían que tenían el deber de reivindicar su causa.

“Cuando volvimos de luna de miel, descubrimos que había muchas más parejas mixtas. Hicimos una asociación y solíamos ir a cenar a un restaurante todos juntos una vez al mes. Nunca íbamos al mismo restaurante dos veces, queríamos mostrar a la gente que ahí estábamos y que éramos libres de amar a quien quisiéramos”, cuenta Leroy.

En vez de esconderse, decidieron plantar cara a una de las realidades más duras del racismo del sur de EEUU, en ebullición con los cambios que trajo el movimiento de los derechos civiles, el fin de la segregación racial y la Ley del Derecho al Voto para garantizar el sufragio de las minorías.

 

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