Los aficionados volvieron. Y aunque se les mira con recelo cuando intentan pagar con dinero en efectivo, sus tarjetas de crédito y aplicaciones de pago mediante el teléfono son absolutamente bienvenidas.
Los deportes más populares volvieron con una fachada de “retorno a la normalidad” en 2021. Pero este año deparó también una nueva realidad: Cada partido, práctica o temporada está a una prueba positiva o a un brote de posponerse, alterarse o cancelarse.
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Nadie puede dar por seguro algún partido. Ésa es una de varias formas en que la pandemia se ha llevado la “vieja normalidad” en 2021, un año en que el deporte salió de la parálisis total generada por el COVID-19 en 2020, pero sin recuperar la forma que le caracterizaba antes.
En otro cambio generado por la pandemia, se han reducido —o quizás ido para siempre— los días en que se juzgaba a los deportistas de elite sólo por sus títulos, puntos o medallas.
El rostro de esta nueva era fue el de la gimnasta Simone Biles, quien, al igual que muchos otros deportistas olímpicos, debió extender por 12 meses más su preparación. Fue un año adicional de acaparar la atención y de resistir la presión, en una larguísima antesala de los postergados Juegos Olímpicos de Tokio.
Abrumada por todo ello, Biles decidió apearse de la competición en pos de la medalla de oro por equipos. Al hacerlo, cambió el tema de conversación durante el resto de los Juegos Olímpicos y en muchos otros eventos deportivos.
“Tenemos que concentrarnos también en nosotras mismas, porque, al final, somos humanas también”, dijo Biles poco después de retirarse.
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No debió haber necesidad de que alguien pronunciara esas palabras. Pero la había. Combinadas con expresiones similares de la tenista Naomi Osaka, las declaraciones de Biles llamaron la atención sobre el tema de los deportistas y la salud mental, que durante mucho tiempo había estado en las sombras.
No todos los cambios, avances o pérdidas en el deporte tuvieron que ver con el COVID-19 en 2021.
En febrero, Tiger Woods sufrió un escalofriante accidente automovilístico que pudo haber marcado el final de su carrera en el golf. Los médicos debieron reconstruirle una pierna tras la colisión.
Woods, quien cumple 46 años en la víspera de Año Nuevo, reconoció que podrían haber terminado los días en que competía cada semana o en que se le consideraba un candidato a ganar torneos.
En el año que concluye, continuó la legalización de las apuestas en los deportes. Las principales ligas estadounidenses desistieron del planteamiento de que la gente ve sus partidos simplemente porque son divertidos.
A medida que las apuestas siguieron creciendo y se volvieron legales en más estados, el negocio creció para alcanzar 150.000 millones de dólares, de acuerdo con cálculos conservadores.
Ligas como la NFL, que durante décadas aseguró que las apuestas no tenían lugar en el fútbol americano, se involucraron. Abrazaron a algunas de las mayores casas de apuestas como grandes patrocinadoras.
Ello dio a los fanáticos otra forma de relacionarse con los partidos de sus deportes favoritos, generando de paso una nueva fuente de ingresos para las ligas y una nueva vía para capturar la atención.
Parece un paso positivo, particularmente ante el hecho de que las ligas, al menos en la superficie, han dejado a un lado las viejas preocupaciones sobre amaño de partidos, corrupción e integridad que durante décadas causaron reticencia hacia el mundo de las apuestas.
Si la experiencia de mirar un encuentro por televisión ha cambiado debido a las apuestas, la de acudir al estadio no ha vuelto a ser la misma desde que sobrevino el COVID-19.