Bob Arum acababa de montar un par de peleas entre Muhammad Alí y Leon Spinks a fines de la década de 1970 cuando recibió una carta de dos políticos de Massachusetts que pensó no convenía ignorar.
El presidente de la Cámara de Representantes Tim O’Neill y el senador Ted Kennedy la hacían una simple pregunta: ¿Por qué no se le daba a un pugilista de su estado la posibilidad de pelear por el título mundial de los medianos?
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La carta contenía una velada amenaza: Si no se le daba a Marvin (todavía no se hacía llamar Marvelous) Hagler la oportunidad de combatir por el cetro, formarían una comisión conjunta de las dos cámaras para investigar las razones de ello, una pesquisa que podía destapar de paso algunos chanchullos del mundo del boxeo.
“No quería tener líos. Llamé a un promotor de Boston y le dije que le dijese a la gente de Hagler que me viniese a ver”, cuenta Arum. “Poco después tenía a Marvin peleando en Montecarlo, en la misma cartelera de Vito Antuofermo, con la promesa de que si ambos ganaban sus combates, pelearían entre sí por el título”.
La “mediación” de los legisladores le dio a Hagler una oportunidad que él pensó jamás recibiría. Hagler se encargó del resto. Conquistó el cetro mediano dos años después y lo conservó ocho años sin sufrir una derrota, hasta que perdió con Sugar Ray Leonard por puntos, en un fallo muy discutido, en 1987. El fallo lo irritó tanto que jamás volvió a pelear.
A diferencia de Leonard, Hagler no formaba parte de la “realeza” del boxeo. No ganó un título olímpico ni debutó en una pelea televisada.
Era un obrero del ring, de una ciudad de trabajadores, y eso fue parte de su atractivo. Jamás le dio la espalda a Brockton, Massachusetts, ni abandonó a los hermanos Petronelli, que lo entrenaron desde sus días como amateur hasta su última pelea.
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Fue miembro fundador de Four Kings (Los Cuatro Reyes), un club de boxeo tan exclusivo que solo admite a integrantes del Salón de la Fama del pugilismo. En los escenarios más imponentes de Las Vegas él, Leonard, Roberto Durán y Tommy Hearns protagonizaron las peleas más impactantes de una era dorada del boxeo.
No tenía la potente derecha de Hearns ni la velocidad de Durán. No era tan espectacular como Leonard ni lucía una medalla olímpica en sus vitrinas.
Pero se entrenaba tanto como el mejor y cuando sonaba la campana, lo daba todo. La afición tal vez no se sintió demasiado interesada en un principio, pero respetaba su determinación y al final reconoció sus agallas.
Le sobraba algo que todo aficionado ambiciona: Un enorme deseo de ganar y de castigar al rival que tuviese en frente.
Su muerte el sábado fue rápida e inesperada. Nadie que recuerde su físico escultural debajo de su cabeza pelada y su increíble energía podía creer que se había ido.
Tenía solo 66 años. Nos dejó pensando acerca de la pérdida que representaba para el pugilismo.
Llegaron muestras de cariño de todos lados. Los aficionados recordaron su cuestionado empate con Antuofermo en 1979 y su enojo por la derrota ante Leonard ocho años después.
En Texas, el presentador de las peleas Michael Buffer pareció lagrimear mientras le hacía la cuenta de 10 a un boxeador caído a la lona. Era algo que había hecho cientos de veces, pero en esta ocasión fue distinto. Cuando terminó, hizo una larga pausa, hasta que recuperó la compostura y siguió con los protocolos de la pelea entre “Chocolatito” González y Juan Francisco Estrada. Eso es lo que hubiera querido Hagler, afirmó luego.
El excampeón de los pesos pesados Lennox Lewis dijo en su cuenta de Twitter que el rigor de Hagler en los entrenamientos y en el ring es lo que lo animó a ser lo que fue.
“No solo era una leyenda viviente: Tuve el orgullo de decir que era mi amigo”, expresó Lewis. “Estaba lleno de vida, de energía, con una actitud positiva en nuestras conversaciones. Jamás te imaginarías la máquina destructora que era en el cuadrilátero”.
Los recuerdos son dominados siempre por la noche mágica de 1985 en que noqueó a Hearns en el tercer round de la que muchos consideran la mejor pelea de todos los tiempos.
El propio Hearns recordó a su viejo adversario y la noche en la que le dio con todo lo que tenía en el primer round y no hizo que retrocediese.
“No puedo dejar de reconocerlo”, declaró Hearns a la Associated Press. “Peleó con el corazón y dimos un espectáculo para todos los tiempos”.
La pelea que definió su carrera fue algo personal, como casi todos sus combates. Subió al cuadrilátero convencido de que todos estaban en su contra y la mayoría de las veces, así era. Al menos en lo que respecta al establishment del boxeo.
Él y Hearns pudieron haberse hecho amigos durante una gira por 23 ciudades para promocionar el combate. Pero no fue así y casi se dan puños en varias ocasiones antes de la pelea, pues a Hagler le molestaban algunas cosas de Hearns.
“Se tenían tanta bronca que no querían hacer una pelea de boxeo. Querían matarse”, dijo Arum.
Lo que sucedió en el ring dejó a todos atónitos. Pura violencia desencadenada, dos voluntades de hierro y ninguno de los dos cedió un centímetro en un primer round brutal, legendario.
Cuando terminó el asalto, Hagler sangraba de un fuerte corte en la frente. Del otro lado, un entrenador ayudó a Hearns a llegar al rincón.
Ahora, 36 años después, nuevas generaciones tienen la oportunidad de ver el video de la pelea y de asombrarse.
Los combates de los Cuatro Reyes dominaron la década y la era. Hagler peleó con todos y se fue a la tumba convencido de que les había ganado a todos.
Tal vez nada de esto hubiera sucedido si Arum no hacía caso a dos políticos de Massachusetts molestos porque un ignoto boxeador de su estado era ignorado. Hagler tuvo su oportunidad y no la desaprovechó.
Como diría él, estuvo Maravilloso.