Y un día se fue. Este miércoles pasada las 13:00 de Argentina, el ídolo de todos los tiempos, Diego Maradona, falleció en su residencia de Tigre producto de un paro cardiorrespiratorio.
La vida del Pelusa tuvo altos y bajos. Con excesos y genialidades, Maradona no fue “una persona cualquiera” -como dice la canción de Andrés Calamaro-, porque para los hinchas del fútbol y sobre todo para los argentinos, el “10” simboliza la máxima figura del héroe, el líder capaz de ganar todas las batallas que se le planten por delante.
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Ejemplo de ello fueron los duros meses que vivió a principios de los 2000 cuando los excesos lo tuvieron contra las cuerdas y lo relegaron a una heroica recuperación en Cuba, donde se trató la adicción a las drogas.
Tras ello vino su despedida definitiva del fútbol, en 2001, en un estadio La Bombonera abarrotado de gente y acompañado de sus más cercanos amigos del fútbol y seres queridos, incluidas sus dos máximos amores: sus hijas Dalma y Gianina.
Esa tarde, Maradona dio un discurso que quedó marcado a fuego en la memoria de los hinchas. “Que no termine nunca este partido. Que no termine nunca el amor que me tienen. Yo me equivoqué y pagué, pero; pero la pelota no se mancha”, dijo Maradona.
Este miércoles la luz del 10 se apagó para siempre, pero quedará el destello, ese mismo que dejó en el pasto del Azteca el ’86 cuando en una carrera inolvidable dejó a cuanto inglés se le cruzó por el camino.
Murió la leyenda, nace el mito.