RÍO DE JANEIRO — Más de 70.000 personas fueron desplazadas de sus hogares para despejar el camino para los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro del año pasado. Hoy algunos están satisfechos con sus nuevas viviendas, pero otros tuvieron que empezar de cero y tratan todavía de salir adelante, muy molestos con las presiones de las autoridades municipales y de los especuladores del mundo de bienes raíces para que se mudasen.
Tomará años, si no décadas, comprender el impacto que los juegos tuvieron en Río y en las personas que fueron obligadas a mudarse de sus casas de toda la vida, por más modestas que fuesen.
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La reubicación forzada no es un fenómeno exclusivo de Río. Londres hizo lo mismo en el 2012 y también Beijing en el 2008. Pero la pobreza de Río y la enorme desigualdad enfocaron la atención en las medidas tomadas por la municipalidad y por los organizadores de la justa.
El ex alcalde de Río Eduardo Paes, uno de los grandes artífices de los juegos, está siendo investigado bajo sospecha de que aceptó al menos 5 millones de dólares en sobornos para facilitar la construcción de obras vinculadas con los juegos.
Lo que dicen algunos cariocas que fueron obligados a dejar sus viviendas:
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VICTORIOSA ENTRE RUINAS
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María da Penha fue una de las que más se resistió a irse. Vivía en Vila Autódromo, una favela pegada al Parque Olímpico. Su casa de tres pisos fue demolida cinco meses antes de los juegos, pero ella no se fue. Hora vive en una de 20 casitas que la municipalidad tuvo que construir a último minuto para quienes se negaban a irse.
“Logramos quedarnos en estos terrenos, pero no essoy del todo feliz porque somos solo 20 familias, de las 600 que había”, se lamentó. Buena parte de esa comunidad es hoy un camino de acceso al parque que casi nadie usa y las personas que quedan tienen servicios deficientes. A su alrededor hay pedazos de muros y azulejos de cocinas, recordatorio de la agresión que sufrieron.
Como tantos que se resistieron a ser desalojados, responsabilizan a Paes por anteponer los intereses de las empresas constructoras a los derechos de la gente.
Paes no respondió a varios pedidos de comentarios.
“Justificaron la demolición de las casas y la interrupción de las historias de vida de la gente en nombre de los juegos”, dijo Penha.
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BUEN NEGOCIO
Jorge Ramos, un pescador y capataz de 63 años, vivía en una casa de varios pisos en Vila Autódromo con su esposa y tres hijos adultos. Logró que a cambio de su vivienda le diesen tres departamentos de 60 metros cuadrados (645 pies cuadrados) cada uno en un complejo de viviendas municipales, además de lo que describe como una compensación “suficiente”.
Han pasado solo dos años y ya se ve obligado a reparar cañerías rotas.
“Sabíamos que no iban a ser de lo mejor porque las construyeron de apuro. Depende de cada uno hacerlas lo más cómodas posible”, dijo Ramos.
Si bien lamenta las amenazas y las agresiones de la municipalidad, cree que salió ganando.
“En Vila Autódromo tenía la casa con que soñaba, pero acepté que eso se había acabado y busqué lo mejor que había disponible”, manifestó.
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LA TRAMPA DE LA VIVIENDA
Jane Nascimento fue desalojada primero en la antesala de los Juegos Panamericanos del 2007 y se tuvo que volver a mudar en el 2015. Recibió dos apartamentos en complejos municipales, uno por cada hija adulta, y 50.000 reales (15.000 dólares) como compensación. Esta artesana de 61 años perdió sus dientes frontales y buena parte de su visión durante el proceso, algo que atribuye al stress de la lucha contra las autoridades municipales.
Y si bien algunos salieron ganando con las nuevas viviendas, ella terminó en una mucho más pequeña, en un condominio aislado en el que abundan las bandas de ex policías que extorsionan a los residentes. Su departamento se asemeja a un pequeño depósito y tiene filtraciones de agua en el techo.
“Me quitaron la libertad de tener una casa, un perro, de trabajar desde casa, y hasta de movilizarme por el barrio”, afirmó.
AISLADOS
La casa de Daniel Ferreira estaba justo donde se quería construir una carretera de acceso a las instalaciones olímpicas.
“Vinieron, tomaron medidas, algunas fotos y me llamaron para ofrecerme 34.000 reales (10.000 dólares)”, expresó Ferreira.
Él y otros vecinos rechazaron los ofrecimientos y salvaron miles de viviendas. Sigue en la misma casa, pero las autoridades destruyeron todos los puentes de acceso a su calle y dejaron un río de aguas negras malolientes.
“Esto puede ser una montaña de basura para ellos, pero es mi castillo”, dice Ferreira. “Es todo lo que conseguí en mi vida”.
RESISTENCIA EXITOSA
A pesar de estar a más de cinco kilómetros (tres millas) de la instalación olímpica más cercana, la favela Indiana también estuvo en la mira de la municipalidad. Residentes que llevaban muchos años viviendo allí como Marcello Deodoro recuerdan que fueron visitados por funcionarios municipales que prometieron mejoras. Poco después se les dijo que tendrían que irse para abrir paso a una plaza pública.
“Para Paes, los residentes de las favelas eran una mancha para la ciudad y todas las favelas corrieron peligro en esa época”, sostuvo Deodoro.
La municipalidad generó mucha animosidad entre los lugareños hacia las autoridades y alcanzó a demoler cinco viviendas antes de que Paes se viese forzado a dar marcha atrás y a disculparse en persona. Las promesas de mejoras no se cumplieron, pero los residentes todavía se enorgullecen de ese momento.
“Les demostramos que somos pobres pero no tontos, que merecemos respeto”, dijo Deodoro.