Hace poco, una amiga que ya pasó de los ochenta me comentó en medio de una conversación: “Cuando uno se pone viejo, se pone chavón…”.
Se refería al hecho de que se estaba percatando de que, con los años y la costumbre de vivir sola y bajo sus reglas, se estaba tornando menos tolerante, y de repente, le estaba dando más importancia de lo que debía a cosas de vecinos.
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Como es una persona que tiende mucho a la autorreflexión, se dio cuenta de que, para mayor salud mental, debía soltar y escoger sus batallas.
Dicen los estudios que, a medida que envejecemos, nos tornamos más espirituales y menos materialistas. Parece que, con los años, las prioridades cambian, posiblemente como resultado de las pérdidas que se van acumulando. Hay evidencia de que, ante esas pérdidas, lo material va disminuyendo en valor mientras que el cultivo de las relaciones y el disfrutar el momento se torna más relevante. Pero no todos reconocen la relación entre el desapego y la felicidad. Y menos aún cómo ese desapego aportará también al bienestar de esos seres queridos que nos quieren bien y se preocupan por nosotros.
Cuando sea grande, quiero poder enfrentar con dignidad las limitaciones físicas que aparezcan siempre buscando alternativas para que no me paralicen.
Cuando sea grande, me importará menos el “qué dirán” y viviré más libre.
Cuando sea grande, quiero haber cultivado suficiente humildad para entender cuándo necesito ayuda y haber aprendido a pedirla sin sentirme que soy menos.
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Cuando sea grande, quiero haber podido manejar saludablemente mis pérdidas, creciendo y fortaleciéndome con ellas, entendiendo que el cambio es la única constante en la vida.
Cuando sea grande, quiero haber aprendido a comunicar mis deseos a otros desde el amor y la empatía en vez del coraje y el miedo.
Dice Stephen Levine en su libro ¿Quién muere? Una investigación de la vida y la muerte consciente, que “El deseo (apego) siempre es asunto no resuelto”. Te invito a identificar esos asuntos no resueltos para que puedas ser más feliz cuando seas grande.