¿Que sea Sello Rojo®? Pues mire, nada de malo con el granosito granito, pero ese -ojo del título no tiene nada que ver con el -ojo del… que vamos a hablar ya mismito (no sea malpensado, jaja).
Usted sabe lo que son los sufijos porque, vamos, lo aprendió en la escuela con su querida maestra o maestro de español. Y yo, de vez en cuando, se lo recuerdo en esta esquina. Entonces, los sufijos (y los prefijos) son piezas muy importantes en la formación de las palabras. Bien. En español hay unas 50 palabras, mal tasadas, que terminan en el enigmático sufijo -ojo (y siguen en caída libre hacia la extinción, las pobres). Es más, si le pido que me haga una lista de 10 palabras terminadas con el sufijo -ojo, de seguro la va a pasar muy mal (piojo, gorgojo y cerrojo son casos que no vienen al caso; son otro Bocadillo).
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El asunto es que este sufijo -ojo está manifestando entre los hablantes una productividad muy reducida. Más aún, Pharies nos dice que muchas veces -ojo pierde su rango de sufijo o sencillamente no se le concede por su paupérrima productividad (¡dito!).
Pero no todo está perdido para el -ojo. Y es que la lengua, porque es sistemática, se encarga de demostrarlo. Una mirada rápida a las palabras con el sufijo -ojo nos va a revelar de inmediato que casi todas son ejemplos de palabras peyorativas (como en -ejo). Es decir, que la evolución del pobre -ojo “ha seguido la trayectoria normal de los sufijos diminutivos latinos, que acaban por convertirse en sufijos peyorativos españoles”. ¿Un ejemplo? Matojo. Ya usted ve, hasta en la lengua hay que desyerbar.