Los loiceños están de luto. Una vez más les ha tocado llorar por uno de los suyos. En concreto, 3. Y en este caso, como ya viene siendo la norma, se confirma que seguimos fracasando en atender otro de nuestros grandes problemas de violencia. Y hablo de la violencia en plural porque resulta inevitable, si se quiere ser responsable en la discusión de estos asuntos, obviar esa conclusión simplona que se nos quiere adjudicar desde sectores poco ilustrados sobre el asunto, de que la violencia es solo una. Así como si se tratara de un monolito homogéneo. No. Ya a estas alturas del juego deberíamos haber aprendido que del asunto debemos evitar hablar en singular. El Estado, finalmente ha entendido que la violencia contra las mujeres en el contexto de una relación de pareja (actual o pasada) es un asunto que debe ser atendido solo desde el entendimiento de las razones que la provocan. Y de esas hemos hablado mucho ya desde esta esquina. Hoy toca hablar de otras violencias. Esas que nos roban todos los días, como lo han hecho durante años, las vidas de varones que no superan los 30 años.
En el caso de Loíza el asunto con estas violencias es más que complejo. Sí, hay allí, como en toda la isla, un problema de narcotráfico que debe ser atendido fuera de las formulas tradicionales. El principal de los ingredientes de esa fórmula, coinciden quienes han trabajado allí con las comunidades, es el desarrollo económico y el acceso a oportunidades. En Loiza no hay oportunidades de trabajo que traigan consigo la posibilidad de la movilidad social. Allí el principal y casi único patrono es el Gobierno Municipal. Por lo demás, las opciones para conseguir un trabajo bien remunerado son mínimas. Allí tampoco hay grandes oportunidades educativas. Hasta hace unos años (a menos que la cosa haya cambiado) solo había una escuela superior. Y ni hablar de centros de educación superior. Pero tampoco hay transportación colectiva accesible que permita a personas de bajos ingresos salir de Loíza sin carro. Sume todos esos elementos y tendrá la receta de un desastre que se ancla en el ocio casi como destino impuesto.
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Pero además en Loíza hay un problema adicional y, de paso, complejo. Un problema que los Gobiernos Centrales han fallado en identificar y –por lo mismo- corregir. Las rencillas históricas entre sus comunidades. El caso más reciente involucra a vecinos de las comunidades Parcelas Suarez, Honduras y “Las casitas”. Precisamente el adolescente de 15 años que murió en la masacre era vecino de este último sector. Este triple asesinato es el más reciente causado por estos viejos pleitos cuya raíz es de décadas. Sí, hay narcotráfico. Sí, hay armas. Pero esos elementos lejos de ser la raíz son problemas paralelos al principal. Rivalidades histórico-geográficas asociadas al nacimiento mismo de ese pueblo, por no hablar del impacto de la discriminación sistemática a la que los loiceños han sido expuestos desde siempre.
Por ello, para atender adecuadamente los problemas de violencia de Loíza no es posible llegar con fórmulas elaboradas “desde afuera” o presumir que la raíz de sus males es el narco. La idea de que se llega a atender “otro punto más” ha probado ser allí ineficiente y anticipa nuevos fracasos. Para atender las manifestaciones de violencia en Loíza primero hay que entender sus comunidades y por qué se producen esas manifestaciones de violencia.
Por lo pronto, ya los líderes comunitarios han anticipado que si se falla en dar con esa raíz y una fórmula bien engranada para lograr el cese al fuego, la sangre de los últimos días será solo el comienzo.
Ojala esta vez exista la voluntad de atender este problema sin ignorar las razones históricas y, menos aún, los problemas de las comunidades en donde esa violencia se manifiesta.